Reencuentros

269 28 12
                                    

Los pasos que iban detrás de los míos resonaban entre el techo, los vitrales y las estatuas de mármol

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Los pasos que iban detrás de los míos resonaban entre el techo, los vitrales y las estatuas de mármol. Lentos y desesperantes; así me parecían y dificultaban mi propio avance al tener que mantener el ritmo imperturbable de siempre, cuando en realidad quería alcanzar los aposentos de mi padre de una buena vez.

Doblé en el siguiente corredor, altamente vigilados por hombres de plateado, y tras lo que pareció una eternidad, las puertas que resguardaban los aposentos reales se revelaron ante mí. Frente a ese último obstáculo alcé la mano libre para que mi presencia no fuera anunciada todavía y en ese breve instante admiré el intrincado patrón tallado en la superficie. Líneas y curvas se entrelazaban sin principio ni final hasta formar las flamas que representaban la promesa de resistencia y renovación, incluso frente a las adversidades más duras. Seguirlas con la mirada le devolvió la calma a mi respiración.

—Sywell.

Eso fue más que suficiente para que mi paje solicitara el permiso de mi ingreso. Las puertas se abrieron y dividieron el emblema que también portaba el rey en su medallón; uno al que mi padre, sin lugar a dudas, le había rendido honor.

La alfombra clara amortiguaba el sonido de mis botas; aún así, mi tío abandonó la pluma y dejó a un lado lo que parecía ser una libreta.

—Que se haya tomado el tiempo necesario para adecentar su aspecto, muestra una evolución de su paciencia, alteza —dijo sin mirarme.

—Creo, tío, que la paciencia no es uno de mis defectos —me acerqué hasta quedar junto a la única ventana abierta en el salón, a un par de pasos de su espalda.

—Cierto, disculpe usted. —Se rio con suavidad y se puso de pie—. ¿Cómo pude olvidar su fascinación por desafiar a la muerte? Aunque claro… muchas de sus cualidades las heredó de su majestad, incluida su estupidez. 

La sonrisa taimada se dibujó en su boca; no obstante, el tono de voz que había utilizado, afilado y hasta mordaz, denotaba que no había sido parte de las jugadas que el rey había ejecutado y que habían acabado de esta forma. Miré hacia las puertas que nos separaban de él y fruncí el ceño.

—¿Cuál es su estado?

El cansancio se manifestó en un suspiro.

—Tu fortaleza también la heredaste de él. —Se sentó y después de humedecer la pluma en la tinta, las letras fueron apareciendo una vez más sobre el papel—. Su vida ya no está en riesgo y trata de ser el mismo de siempre, aunque… —Detuvo su escritura y me observó de reojo—. No lo será nunca más.

Mi mandíbula se convirtió en piedra y el aire que me rodeaba empezó a crepitar. Cerré los ojos tan solo un instante, lo suficiente para volver a encauzar mis emociones, y me dirigí hacia la puerta. La voz amortiguada por la madera llegó sin dilaciones al tocar. Tomé una última respiración y me abrí paso. 

La princesa del AlbaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora