Lilyane Howell
De pie en la puerta, observaba como los criados seguían las instrucciones de mi padre. Los baúles salían uno tras otro por mi lado y, poco a poco, su presencia se desvanecía de los aposentos que ocupó por más de diez días.
Sabía que no era un adiós definitivo, pero las sensaciones como: el vacío o la inestabilidad bajo los pies, no podían evitarse. Oprimían el corazón como un puño implacable y lo llenaban de melancolía.
Suspiré; no quería que se llevara una imagen miserable de mí. La angustia se volvería su compañera de viaje y ya bastante tenían él y mis hermanos con la guerra que se hacía más real con cada día que pasaba.
De repente, sus ojos pardos me encontraron. Me regaló su sonrisa siempre afable y yo correspondí con un gesto similar mientras me acercaba, porque deseaba demostrarle que el dolor disminuiría con el tiempo, justo como ocurría con las heridas.
―¿Ha empacado todo?
―Aunque revise, siempre dejo algo olvidado cuando viajo.
―En dado caso, lo guardaré y se lo entregaré la próxima vez que nos veamos.
A pesar del esfuerzo por mantener los labios extendidos, la tribulación se apoderó de su semblante al acariciarme la mejilla.
―Ojalá pudiera quedarme más tiempo...
Posé mi mano sobre la suya y negué con la cabeza.
―Su trabajo ya está hecho, padre. Ahora me corresponde a mí demostrar que puedo caminar por mí misma si quiero... ―Aunque los sirvientes parecían concentrados en lo suyo, los oídos eran otra cosa―. Debo hacerme de una reputación propia que me permita estar a la altura. Además, las aguas en Lyriamir deben estar agitadas.
Su exhalación me dio la razón. No se trataba solo de la reestructuración política, Aodhan debía estar lidiando también con la presión que Eulyon ejercía sobre nuestras fronteras. No obstante, mi hermano mayor reflejaba dignidad, fuerza y poder cual león. Estaba segura de que, junto a Aidan, ya debía estar ideando los planes de contingencia para proteger al pueblo y el futuro de su hijo.
Acaricié la pulsera que se había convertido en un nexo con mis gemelos y curvé los labios.
―Ellos lo necesitan más que yo... Cuídelos por mí, por favor.
La sonrisa que me dio se difuminó por completo cuando su mirada se posó en mi pecho. Tomó entre sus dedos el medallón que había decidido lucir ese día; mismo que me legó como un recuerdo de mi madre. Se lo llevó a los labios y me sorprendió al susurrar un "lo siento" cargado de tanto pesar que aguijoneó mi corazón.
―Yo... mejor que nadie sé cómo debes sentirte y no he hecho más que añadir presión sobre tus hombros.
Su mirada fue absorbida por los recuerdos; lo sabía porque mostraba la misma nostalgia cada vez que pensaba en mi madre. Sin embargo, en esa ocasión, había algo más que laceraba como una hoja al rojo vivo.
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La princesa del Alba
FantasíaEl preludio de la tormenta. Ese fue el presentimiento que tuve al llegar a mi ciudad natal después de tantos meses. Las intrigas han cobrado fuerza y la sombra de la guerra se cierne cada vez más sobre mi nación. Pero así como todo parece haber cam...