“...de momento, el sur está a salvo, pero tenemos que hacer algo al respecto si no queremos ser tomados por sorpresa una vez más”.
“De momento”, qué frase más irritante.
—¿Realmente crees que fueron los zahirios? —preguntó Owen.
Dejé la carta de Frost a un lado y en silencio observé la disposición de las piezas que había colocado sobre el mapa, luego de leer su carta la primera vez: la flota de Eulyon de cara a los barcos de la reina de Albya, en la costa de Ephyos. Muy pocos estuvieron al tanto del apoyo que la reina Amary enviaría; que Eulyon se enterara con el tiempo suficiente para reaccionar como lo había hecho, significaba que no se trataba de una simple fuga de información.
Tomé el halcón que representaba a las tropas de la nación del desierto y la giré entre mis dedos.
—No todos, pero ya sabemos que un solo hombre puede complicar los planes.
Kian Rostam no la tendría fácil si estaba lidiando con alguien tan hábil como mi buen socio, una persona capaz de manipular y ensuciar a otro para desviar las sospechas de él, sin importarle las consecuencias. Chasqueé la lengua y devolví la pieza a su lugar, me convenía que el halcón tuviera el cielo despejado para volar, así que iba a tener que participar en la cacería a la que “amablemente” me había invitado.
—Reportaremos la situación general al sur, lo demás… —Me crucé de brazos y lo miré de reojo—. Lo manejaremos con cautela.
—De acuerdo.No sabía la clase de relación que existía entre esos dos hermanos más allá de lo que habían mostrado en Myridia; necesitaba más información y la única que podía recabarla… era Rhiannon. Por mucho que me desagradara la idea, su futuro enlace representaba una torre de observación directa a Zahiria que no podía desaprovechar.
—Alteza, permiso para entrar. —El llamado desvió la atención de ambos hacia el telar que nos separaba del exterior, donde una sombra se perfilaba.
—Averigua si el príncipe Kian está todavía en Teralys —musité hacia Owen—. Se discreto.Él asintió y con eso el tema de Kian Rostam murió. La tela se descorrió al dar mi consentimiento, dando entrada a uno de mis Agelys que enseguida mostró sus respetos.
—¿Qué sucede?
—Un grupo de caballeros se acerca por el este, mi señor. Portan el estandarte de Myridia.Fruncí el ceño.
—¿Cuántos y a qué distancia están?
—Unos ocho, a un par de kilómetros. Llegarán en cualquier momento.Intercambié miradas con Owen, parecía tan extrañado como yo, así que nos pusimos en marcha de inmediato. El sol de mediodía me dio en la cara apenas salí, era tan potente que la pobre sombra de mi mano no hacía diferencia contra el brillo que las desgastadas tiendas reflejaban. Los soldados ajenos a la situación mantenían vivo el sonido de las espadas contra los escudos y el silbido de las fechas. Solo unos pocos, más que todos Agelys, se habían reunido en el límite del campamento y entre ellos distinguí a una persona que llevaba un delantal médico, salpicado de manchas rojizas y marrones que delataban las heridas que había tratado. Los signos del cansancio que enmarcaban los ojos de Rhys se habían profundizado por la preocupación que reflejaba su rostro, a diferencia del mío.
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La princesa del Alba
FantasyEl preludio de la tormenta. Ese fue el presentimiento que tuve al llegar a mi ciudad natal después de tantos meses. Las intrigas han cobrado fuerza y la sombra de la guerra se cierne cada vez más sobre mi nación. Pero así como todo parece haber cam...