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Daniel:

Habéis sentido querer decirlo todo y a la vez no poder decir nada?

Ava se encontraba sentada delante de mí, con las piernas cruzadas y las manos sobre su regazo. Sus ojos destilaban incomprensión y miedo a la vez.

Por otro lado yo estaba sentado frente ella, con las piernas cruzadas también. Y aunque no se que emoción destilaba yo, lo que estaba sintiendo era muchas presión en el pecho. Por querer sacar las cosas y no poder decirlas.

Las lágrimas corrían sin freno por mis mejillas y pude contemplar la preocupación de Ava hacia mi.

Ava estiró su brazo para poder alcanzar su mochila que no se encontraba muy lejos de la cama. Saco unos pañuelos y me los dio. Además de esto me acercó la botella de agua que había comprado.

Intentaba hablar pero las palabras no salían.

-Dani...-volví mi mirada a ella- a veces las palabras no hacen falta. A veces todo lo que necesitamos es dejarlo salir y que alguien esté allí. No te sientas presionado a hablarlo.

Transcurrieron unos minutos más y finalmente había parado de llorar. Ava me seguía mirando fijamente en sus ojos había compasión.

-Cuando tenía cinco años -comencé-

Ava:

Y al cabo de una hora Daniel había dejado salir lo que le había estado atormentando por años.

En tan solo una hora, en la que lo único que hice fue guardar silencio y escucharle, había comprendido mucho. Y al vincular las cosas coincidía y encajaba todo.

A los cinco años el papá de Daniel prometió estar para su cumpleaños. Pero no llegó. Tenía trabajo.

A los diez años, prometió que estaría ahí para su entrega de notas, que luego irían a comer, pero nunca llegó.

El día que le diagnosticaron diabetes. Prometió que empezaría a centrarse en su relación. Pero nunca lo hizo.

Cuando cumplió once. Prometió estar más presente en su vida. Que esta vez quería hacer las cosas bien. Pero no lo hizo.

Finalmente, cumplió los doce. Y un sábado por la mañana se despertó y su padre ya no estaba. Sin embargo este le había dejado una nota. Prometiéndole visitarle. Y no abandonarlo. Se fue sin despedirse. Y no volvió a verle.

Mensajes cortantes y retrasados por su cumpleaños. Rechazos de su parte cuando Daniel quería verle.

Daniel:

-Por eso duele tanto -continué- porque todo lo que llevo deseando vivir. Lo va a vivir otro ser humano. Y el ni siquiera se ha molestado en pedir perdón. En preguntarme cómo me siento. Se la sudado. Y ver lo poco que le importo. Que llevo diecisiete años con vida y existiendo en la suya. Y lo mucho que le importa Natalie y ese bebé que tiene un año en sus vidas. Duele. Hiere. Y lástima. Yo simplemente -sollocé- quiero saber que hay de malo en mi, por qué no me quiere.

-Daniel -los ojos de Ava estaban llenos de lágrimas- no hay nada de malo en ti. Las personas que tienen acceso a tu vida son las más afortunadas en el puñetero mundo. Porque eres el tío más paciente, bondadoso, amable, honesto, humilde. Tienes empatía por el resto. Y si él no puede verlo, entonces se está perdiendo la oportunidad más grande de tener al mejor hijo del mundo -dijo lo último con algo de impotencia- has cargado con mucho. Y no está bien -me dió media sonrisa- es hora de que sanes, aunque eso implique dejarlo ir. No te sientas culpable, por sanar.

Todas las palabras que salían de la boca de Ava se sentían como un abrazo acogedor a mi corazón. De esos abrazos que te quitan el frío. De esos que se sienten como chocolate caliente en noche de invierno.

Ava me abrazó. Y entonces como si fuera una catarata que corre. O una presa que se rompe. Llore desconsoladamente. Sé que puede que exagere mucho las cosas. Pero no lloro porque mi padre se vaya a casar. Lloro por el Daniel de cinco años que "entendió" que su padre tenía cosas más importantes. Lloro por el Daniel de diez años, por el de doce, el que fue abandonado. Lloro por los momentos en los que no lo hice.

-Cómo estás? -dijo Ava rompiendo el abrazo-

-Deje salir una bocanada de aire- aliviado.

Porque esa era la palabra. Por primera vez. Había dicho las cosas que me habían marcado. Por primera vez. Había llorado por las veces que no llore. Porque por primera vez. Empezaba el proceso de sanación. Y era libertador. Y a la vez doloroso. Porque era revivir, lo que se suponía que estaba sanado.

Ava:

Eran las diez de la noche. Y la mamá de Daniel nos había dicho que no alcanzaba a llegar. Que si me podía quedar a lo que acepte. A todo esto. Ya lo había hablado con mis padres. Justo después de llamar a la ambulancia.

-Ava no puedes dormir en una silla -bufó-

-Por qué no?

-Porque no! No vas a dormir bien. Y yo no voy a permitir que estés en una silla habiendo una cama.

-Daniel, ya lo hablamos. -rode los ojos- tu eres el que necesita estar en una cama. Yo puedo sobrevivir. -sonrió mientras negaba con la cabeza- que, qué te pasa?

-No te vas a dar por vencida, no es así?

-Que no tío, que la cama es tuya punto.

-Vale, entonces lo que haremos es que ambos dormiremos en ella -sonrió-

-Va a ser muy.....

-Y no acepto un no como respuesta -interrumpió-

Daniel:

Al cabo de unos minutos convenciendo a Ava de que ambos dormiríamos en la misma cama porque era una tregua finalmente cedió.

Se quitó los zapatos, se ató el cabello en un moño y se acabó acostando a mi lado, apoyando su cabeza sobre mi pecho. Como si quisiera escuchar cada uno de mis latidos. Esos que solo ella causaba.

Pasaba mi mano lentamente por su cabello que era oscuro como un cielo en la noche.

-Sabes -interrumpió mis pensamientos- fue una buena idea.

Casi podía verle sonreír.

-Yo siempre tengo buenas ideas. Además es mejor que te acostumbres. Porque algún día concretamente dentro de unos años así serán nuestras noches.

-En un hospital? -dijo intrigada-

-No -solté una risa- serán noches en las que estemos juntos. En nuestro hogar.

No respondió. Escuché un sollozo.

-Estas llorando?

-Es que me he emocionado, el hecho de formar un hogar contigo me emociona muchísimo. Me hace ilusión.

-Ahora voy a llorar yo.

-Buenas noches Daniel Rodríguez.

-Buenas noches Ava Thompson

Entonces, en aquella tranquilidad, en la habitación de un hospital lo supe. Ava Thompson iba a ser mi esposa, la persona con la que pasaría el resto de mis días. O la ruptura amorosa que jamás superaría.

Nosotros dos y una vida. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora