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Mary:

Luego de subirme al coche conduje a toda ostia. El hospital quedaba no muy lejos de la clínica. Estaba asustada. Pero ese es el problema de ser el adulto de la situación. No puedes tener miedo. Porque debes ser fuerte.

Era un juego recíproco. Daniel no mostraba su miedo para calmarme y yo no mostraba el mío para tranquilizarle.

Estábamos encerrados en una burbuja. Una llena de miedo, heridas e inseguridades.

Habían pasado unos veinte minutos desde la llamada de Ava y yo ya estaba entrando al hospital.

-Buenos días -me dijo la recepcionista- en qué puedo ayudarte.

-Estoy buscando a Daniel Rodríguez, lo acaban de ingresar.

-Parentesco?

-Soy su mamá -sonreí-

-Planta cuatro habitación ocho b

-Gracias.

Tome el ascensor implorando que el tiempo corriera más rápido. Necesitaba saber si Daniel estaba bien.

Lo primero que ví al entrar a la habitación fue a Ava, sentada en una silla frente la camilla de Daniel.

-Mary -Se acercó Ava para abrazarme, acto que correspondí- estás bien?

-si.

Luego de eso me concentre en Daniel. Aunque estaba conectado a algunas máquinas y le entraba suero y medicina por casi todo los lados. Tenía una ligera sonrisa en su cara.Esa sonrisa que siempre ha adornado su delicado rostro. La sonrisa que ha permanecido a pesar de mucho.

Es entonces cuando recuerdo lo fuerte que es. Pero también lo fácil que se puede romper.

-Cómo estás? -pregunté-

-De maravilla incluso me apetece un chuche.

-Daniel! Es en serio, cómo estás?

-Fue un desnivel, eso es todo.

-Desayunaste? -asintió- iré a hablar con el doctor ahora vuelvo.

Iba a abandonar la habitación cuando Daniel me siguió con la mirada, para decir.

-Mamá -aclaro su garganta y yo retrocedí unos pasos- has hablado con papá?

Si y no le interesamos.

-Os dejo solos, para que habléis mejor. -Ava sonrió y comenzó a caminar hacia la puerta-

-Ava -interrumpió Daniel- no hace falta, puedes quedarte, quiero que te quedes.

Sus ojos estaban llenos de cariño hacia ella. Destilaban un brillo incomparable cada vez que la miraba. Daniel había tenido otras parejas , pero nunca había visto verlas así, así como mira a Ava. Y estaba feliz por el, feliz de que pudiera encontrar felicidad en medio del caos.

Ava se colocó en la silla en la que estaba antes de que entrara. Daniel puso su mirada en ella por unos segundos y luego de sonreírle levemente enfocó su mirada en mi.

Ava:

El problema de quedarse en la habitación es que sabía que algo andaba mal, en la cara de Mary se podía ver.

Y temía la reacción de Daniel. Quería irme darle su espacio, porque eran asuntos familiares.

No lo sé, creo que una parte de mí aún no se siente parte de esto. No se siente parte de esta relación.

Muchas veces, después de tantos cambios. Se siente subrealista llevar una vida en el mismo lugar. Y que hayan personas que te quieran. Que este dispuestas a quedarse.

-Mamá -Daniel busco con la mirada a Mary- le dijiste a papá?

Daniel tenía una sonrisa que poco a poco se desvaneció, mientras Mary hablaba.

Daniel:

-Dani yo -comenzó- yo le he llamado...

-Y bien?

La duda llenaba los ojos de mi madre, abrió la boca unas cuantas veces. Para poder hablar sin embargo se frenaba a si misma.

-Quiero la verdad -añadí- sin importar lo que duela, la quiero.

-Me dijo que -dudo un segundo- no tienes que escucharlo.

-Tengo, y es mi derecho saber que dijo.

-Yo le dije que estabas en el hospital, que querías que lo supiera, que a lo mejor deseabas que viniera.

Una sonrisa apareció en mi cara. A lo mejor se trataba de que vendría. Mi padre vendría a verme. Pero entonces mi madre comenzó a hablar otra vez.

-Pero, el me dijo que no era su culpa que seas diabético, que si quieres verle lo hagas cuando llega a casa, no cuando te place, y que tiene trabajo. Que no puede venir. Y que te mejores. -hizo una pausa- lo siento Daniel, y no te sientas obligado a ir a la boda. -asentí-

-Gracias por intentarlo, mamá.

Mi madre abandonó la habitación, yo me recosté sobre la camilla, perdiendo mi mirada en el ventanal que se encontraba frente a mi. Ava seguía en silencio y lo agredecía porque no quería hablar. Sólo necesitaba que estuviese ahí.

Porque otra vez me sentía vulnerable.

Hace unos cinco años:

Es el día del padre, y estoy muy emocionado porque mi padre por primera vez en meses vendrá a verme al colegio.

El día estaba perfectamente planeado. El vendría, vería la canción que mi clase y yo habíamos preparado y después iríamos a comer al Mc Donalds. Mamá iba a acompañarnos así que sería la salida en familia que siempre soñé.

El evento comenzó y mi padre aún no llegaba, pensé que faltaría, sin embargo cuando fue mi turno de subir al escenario le vi llegar corriendo saludo a mi madre y se sentó junto a ella.

Cantaba con toda la emoción, quería dar lo mejor de mi. A mediados de la canción mi padre saco su móvil y comenzó a responder mensajes y eso me incomodaba. Sin embargo, llegó un punto en el que le dijo algo en el oído a mi madre y después de eso desapareció. Se perdió en la multitud y no le volví a ver. Y no hablo de ese día, habló de meses.

Llegue a casa y lo único que había escuchado decir a mi madre era «no es tu culpa» «tiene muchas responsabilidades» «le han llamado del trabajo»

Presente:

Estaba en una habitación, tal y como lo estuve en ese día. Abrazandome a mi mismo, fingiendo que era un abrazo suyo.

Sintiéndome culpable, miserable.

Porque a lo mejor si fuera de otra manera se hubiera quedado. Hubiera venido. Le hubiera importado un poco.

Necesitaba saber porque me odiaba. Sin importar el dolor que causaría.

Porque justo cuando creí sanar. El tenía el poder de volver a abrirla.

Porque justo cuando creí que ya había terminado. Volvía a tener doce años. Y volvía a ser ese niño que llora en la cama de una habitación.

Nosotros dos y una vida. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora