Capítulo 14

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Cuando se quitaba el vestido, reparó en la caja que veloz ocultó a un costado de la espectacular cama. Se mordió el labio un segundo, acomodó el mechón de cabello tras la oreja y finalmente tomó una decisión.

Dejó su raída ropa y fue por el vestido nuevo, sin poderlo resistir por más tiempo, lo acarició y sacó para admirar.

No dudaba del gusto del Lord, él sabía escoger ropa para mujeres y se preguntó cuántas veces habría hecho lo mismo. La idea no la amainó de cogerlo y probárselo sobre el cuerpo, sin embargo. Lo ajustó con las manos y se contempló en el espejo.

Su reflejo le recordó a su madre. Ella fue una mujer muy guapa y Candice había sido parecida, sólo el color de los ojos y cabello lo había sacado de su padre.

Se contempló y sonrió brevemente, acariciando la obra de arte. Se preguntó si hubiera estado usando algo así de seguir vivos sus padres, ¿se habría casado ya? ¿Se habría enamorado? Ella nunca lo sabría, sólo podía suponer e imaginar. Y soñar en aquel momento no colaboraría a que aceptara su realidad.

Sin embargo, debía reconocer que podría haber sido mucho peor. Él no la forzó a nada desde aquella noche y había mantenido cierto respeto. Aunque claro, al besarla se perdía esa idea… y venían otras a cambio. Movió la cabeza, tomó el vestido y lo guardó con cuidado dentro de su envoltorio, del mismo modo acomodó el paquete dentro de un arcón. Quizá, en algún momento lo usaría.

Por aquel instante, sólo apagó las velas y se metió dentro de las mantas. Sin más nada, se obligó a conciliar el sueño.

Transcurrió una semana exacta sin que él dijera más que las palabras justas. Se mostraba distante y ella lo veía a través de la ventana o una puerta entreabierta sumergido en sus asuntos financieros. Durante la cena no hablaban de nada, pero él insistía en que lo acompañara, a lo que simplemente se resignaba y acataba.

Ella lavaba junto a Gley, que no le dirigía palabra pero tampoco la miraba con el rencor del principio, casi pareciera que disfrutara de su presencia.

Pese a su negativa eterna, Candice debía reconocer que se sentía extraña, como si el día no estuviera del todo completo. Descubrió entonces, en medio de sus devanes, que se había acostumbrado a la especie de relación que mantenía con el Lord, que él la mirara de cuando en cuando y no omitiera su presencia. Cosa que había hecho desde hacía una semana. Sin embargo, obligó a estas ideas a retroceder, existían cosas más importantes.

Sin embargo, por las noches antes de dormir, mientras peinaba su cabello recordaba de súbito los besos que él le había robado o sus ojos. Se sorprendía rozando con sus dedos los labios, y se reprendía con irritación; en ese momento se metía a la cama y se obligaba a dormir.

Durante el día, se concentraba en trabajar hasta el agotamiento para evitarse aquellos episodios de recuerdos y respuestas físicas indeseables. Pero a veces fracasaba, mientras él se mantenía tan estoico como siempre, con aquel gesto duro e indiferente.

En ocasiones, en la cena, Candice se sorprendía mirándolo y asumiendo que las curvas rígidas del hombre le hacían ver de un extraño modo apuesto.

Eso no la escandalizaba tanto como encontrarse viéndole los labios, sin embargo. Le parecía extraña y retorcidamente cautivante la forma en que los movía para comer o hablar. A penas se daba cuenta, se reprendía mentalmente y regresaba a su plato, avergonzada y confundida por su proceder. No alcanzaba a comprender a cabalidad sus reacciones o pensamientos, no entendía por qué repentinamente le daba más importancia a cosas que antes ni siquiera se le ocurrían. Como un beso, por ejemplo, y lo mucho del calor que puede radiar una boca masculina firme y suave, tal como la del Lord. Acongojada, trataba de suprimir sus cuestionamientos sobre aquello, porque su repentina llama de curiosidad rebotaba contra el halo de frialdad que él irradiaba.

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