Capítulo 34

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Al apartarse de su costado, notó las mejillas encendidas y una sensación agradable se apoderó de ella, pero su estómago volvió a interrumpir.

Gruñó internamente, estaba deseando un beso del Lord con todas sus fuerzas. Y realmente, no sabía qué pensar de sus ansias.

— Volveré enseguida. — Le cogió el rostro con delicadeza y tomándola desprevenida, le dio un delicado y casi burlón beso. — Lo prometo. — Con el corazón palpitándole con energía, lo observó marcharse con aquellos movimientos tan gráciles y casi de inmediato, se incorporó. Su precipitación fue tal, que las piernas le temblaron y la cabeza le dio vueltas, haciéndola caer de nuevo a la cama.

Se demoró unos segundos, antes de volver a intentarlo, logrando su propósito con lentitud. Su cuerpo se encontraba débil, pero respondía correctamente y sus pies la llevaron hasta el tocador.

Contuvo el jadeo a duras penas al observar su cara. Tenía la mejilla amoratada, el labio hinchado y unas ojeras de muerte.

Suspiró frente al espejo, deseando no tener que ver al Lord en esas condiciones.

De pronto, el odio corroyó sus pensamientos, dirigiéndose al maldito Arnulfo y a la desgraciada Elroy, por arruinarle el momento del reencuentro. Los ojos se le volvieron a llenar de lágrimas de ira, aunque se negó a derramarlas, ese par de demonios no se las merecían.

Tan inserta en sus cavilaciones, no se percató del instante en que la puerta se abría.

— ¿Qué haces de pie? — Oyó que dejaba la bandeja y se dirigía a ella con pasos firmes, pero se negó a verlo. Debía calmarse. — Estás temblando, ¿te ha vuelto la fiebre? — Susurró preocupado al sostenerla por los hombros. — Regresa a la cama, Candice, ven.

— No es justo. — Murmuró entre dientes.

— Hablaremos una vez que estés de regreso en la cama. — Anunció y fue toda la advertencia antes de que la cogiera entre los brazos y llevara hasta el lecho. — ¿Qué cosa no lo es, cariño?

— Esto. Se supone que cuando nos volviéramos a ver, no sería así. — Terrance se tensó.

— ¿Por qué lo dices? — La cautela convirtió su rostro en una máscara dura, que supuso resistiría el comentario que no deseaba oír. Ese en el que declaraba que nunca había querido estar con él, que su efusividad anterior se debía a una secuela de delirios pasados.

Para hacerse las cosas más simples y ocultar su cobardía, la depositó en la cama y se volteó a la comida.

— Porque mírame, mira lo que ese detestable me hizo. — Se ocultó entre el cabello, dándole la espalda  — no quiero que me veas así.

— Candice.  — exhaló aliviado. — No me importa cómo luzcas, para mí siempre eres hermosa.

— No tienes que decirme eso. No me gustan las mentiras.

— Y a mí no me gusta tu testadurez . Ven, come. — La tomó con ternura del brazo para acercarla a sí. Ella apenas luchó. — Sé que tienes hambre. — Sonrió al ver su postura enfadada, como si se tratara de una niña.

Aunque comprendía sus motivos, prefería analizarlo más tarde, cuando ella estuviera dormida o lejos. Dudaba de poder contener su furia una vez liberada, bastaba con ver sus magulladuras para que se le apretara el estómago y anhelara la muerte del responsable.

Ella había dicho un nombre, y él pensaba encontrarlo.

— Estoy terrible. — Gimoteó finalmente, pero cedió, dejándose arrastrar cerca del Lord.

— Métete bajo las mantas. — La instó, porque pese a todo seguía siendo un hombre que la deseaba con locura, y su atuendo simple y bastante traslúcido, le hacía ser mucho más consciente del cuerpo de la fémina. Lógicamente, sabía que obraba de un modo aborrecible al quererla meter en su cama estando convaleciente, sin embargo, no podía evitarlo. Por tanto, prefería evitarse la tentación lo más posible. — El doctor dijo que tenías que descansar.

LA NIÑA DE MIS SUEÑOS Donde viven las historias. Descúbrelo ahora