Acomodó un poco sus greñas frente al tocador y suspiró al contemplarse. Al cabo de inspeccionarse, llegó a la conclusión de que parecía cansada y resignada. Ninguna de sus expectativas había sido llenada, la libertad le sabía amargo. Siempre había soñado con el día en que se libraría de las cadenas de su abuela, sin embargo, en el presente otras mucho más pesadas y dolorosas apresaban sus pensamientos y sentimientos, haciéndola sentir triste la mayor parte del tiempo.Extrañaba el contacto de esas manos grandes que eran capaces de abarcar su rostro por completo, esos labios tiernos pero exigentes que tomaban lo más profundo de sí. No podía negarlo, extrañaba a Lord y la nostalgia de lo vivido le apretaba el pecho a menudo.
Antes que pudiera seguir hundiéndose en la miseria, oyó unos toques en la puerta.
— Eh, permiso señorita— una chica de cabello oscuro le sonreía con timidez. — La esperan en la salita, la señora me mandó a preguntar si necesitaba algo más.
— No, gracias. — Sonrió. — ¿Podrías ser tan amable de llevarme con ellos?
— Claro, sígame.
De aquel modo Candice llegó hasta donde aguardaba el matrimonio.
— Siéntate aquí— Priscila la cogió del brazo y la hizo acomodarse a su lado en el silloncito de color púrpura. En la estancia, en general predominaba esa tonalidad.
Una vez se acomodaron, Alberth se encontró con dos pares de acusadores ojos.
— Hey— pidió alzando las manos. — No he hecho nada tan terrible.
— ¿Mentir no lo es, querido? — Preguntó con sarcasmo su esposa. La rubia contempló el intercambio de miradas en silencio.
— De acuerdo, lo admito. Lo hice. — Cogió una copa de sobre la mesa de centro y dio un trago antes de fijarse en la joven.
— ¿Por qué? Eso es lo que no entiendo. — Susurró Candice.
— Bien. Primero te haré una pregunta.
— Ella te hizo una. — Bufó Priscila, cruzando los brazos. Su comentario fue recibido con una vuelta de ojos.
— ¿Habrías permitido que me acercara a ti si no te hubiera dicho que prefería a los hombres por sobre las mujeres?
— No puedo creer esa blasfemia, Alberth. Me siento un poco incómoda con eso, ya que tenemos una hija y en la alcoba…
— Priscila. — Reprendió y la nombrada, se calló con las mejillas sonrojadas.
Candice analizó la interrogante.
— Realmente no. Esa noche no quería estar cerca de ningún hombre, si soy sincera.
— ¿Por qué? — Priscila la vio con duda.
— Sólo diremos que no fueron precisamente caballerosos con la dama. —Zanjó Alberth, dándose una mirada cómplice con Candice. — Y no pienses cosas que no son, amor.
— No lo hacía. — Murmuró 1ngida indiferencia.
— Eh, por favor. De verdad no vaya a creer algo que no es.
— La noche del baile Kelly estuvo algo enferma y Pricila se quedó con ella, y te recuerdo cariño que fuiste tú quién me animó a ir y cumplir con el compromiso.
La mujer lo observó con expresión inescrutable.
— Entonces, ¿te creías un jovencito con libertad de seducir a chicas indefensas?
— Oh— rió Candice— nada de eso. Él no trató de hacer aquello, sino que todo lo contrario. — Se levantó, viéndola directamente. — Fui a ese baile porque Lord Gradchester así lo quiso.
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LA NIÑA DE MIS SUEÑOS
Hayran KurguLos personajes de Candy Candy no me pertenecen son de sus creadoras Keilo Mizuki y Yuriko Igarashi.