Capítulo 38

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Los días pasaron lento para Candice, cuyo reposo obligado la tenía al borde de un ataque de histeria. Los paseos dentro de la habitación y las visitas del Lord reducían su ansiedad, aunque él no había tratado de besarla de nuevo, ni mucho menos de tocarla indebidamente. Se limitaba a arroparla, a conversar cosas diarias. Aquello la preocupaba.

El Lord siempre había sido muy apasionado, y que ahora apenas la mirara le producía una indeseada sensación de abandono que no conseguía aplacar. Ni siquiera con los regalos que sorpresivamente él le daba.

Todo partió con una flor cortada de los jardines. Le había fascinado el detalle, pero sabía que le habría gustado mucho más si un beso lo hubiese complementado. Lo mismo sucedió con el segundo presente; un cepillo de grabados bellísimos en la parte posterior, sin embargo, se limitó a entregárselo y comenzar una charla insustancial, mientras ella se perdía en las fantasías en las que le robaba un beso.

Así fue sucediendo, cada regalo acrecentaba más su incertidumbre y ansiedad cuando Terrance se marchaba, luego de presionar sus labios contra su frente.

En la habitación ya tenía varias flores, el cepillo, un baúl nuevo, unos adornos de cristal y otras cosas muy bellas, y que le habrían encantado si él tan sólo le hubiese otorgado una mirada de deseo, un gesto que demostrara que no era la única que lo quería.

— No lo entiendo. — Confesó un día, mientras Dory secaba su cabello mojado. La bañera estaba siendo retirada por unos hombres, por lo que guardó silencio.

— ¿Qué cosa?

— Al Lord. No comprendo qué juega ahora. — Cruzó los brazos en el pecho, haciendo un mohín de fastidio.

— ¿Por qué?

— Porque ahora ni siquiera me mira. Mucho menos me toca y siempre que creo que va a besarme, cambia de idea y se aleja, o me roza la frente.

— ¿Y qué quieres que te haga? — Preguntó de forma pícara. Y la joven se ruborizó. ¿Por qué le molestaba tanto? ¿Qué quería? ¿Que entrara un día, la desnudara y la tomara? La idea permaneció en sus pensamientos más de lo debido.

— Debe ser este encierro. Me vuelve una loca. — Suspiró, llevándose las rodillas al pecho.

Lo cierto era que tenía miedo. Miedo de que él hubiera depositado su interés en otra mujer, en una con aspiraciones, con dinero, con algo que ofrecer. Una mujer como Susana.

Ante la idea, una repentina furia la atacó.

— Si quiere estar con alguien más, que lo haga. No me importa.

— ¿Qué? ¿De qué hablas? — Dory parecía perdida. — Ya te he contado su comportamiento mientras no estabas, ¿necesitas más pruebas?

— Por favor, Dory. ¿Pruebas de qué?

— De que está enamorado de ti.

— No digas bobadas. — La castaña soltó lentamente el aliento, tratando de entender a Candice.

— ¿Quieres que te haga una trenza?

— Sí, sí. Está bien. — Estuvieron en silencio por unos momentos. Candice ligeramente somnolienta por cada vez que Dory  pasaba el cepillo por sus cabellos.

— ¿Qué esperas de él, Candice? — La pregunta la tomó por sorpresa.

— No lo sé. — Respondió con cierta melancolía. Apoyó el rostro en sus rodillas. — Estoy enamorada del Lord, no sé qué debería esperar de este catastrófico sentimiento.

— ¿Catastrófico?

— Sí. Seguramente terminará destruyéndome. Ya sabes que él quiere un heredero, y cuando se lo dé… no sé qué sucederá entre nosotros.

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