Capítulo 15

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¿Tienes algún libro, de causalidad?

— Creo que hay algunos por ahí, pero tratan de caballos, no creo que sea una lectura muy estimulante.

— Ah, toda lectura es estimulante. — Se recogió la falda y buscó en un mueble viejo, hasta que dio con la pequeña colección. No se detuvo a leer el nombre, simplemente eligió uno y regresó a la habitación.

— En ese caso, lee para ambos. — Billy se acomodó en la cama y cruzó los brazos en el estómago, sobre las mantas.

— De acuerdo. — Luego de sonreír, se relamió los labios e inició la lectura.

No supo cuánto pasó leyendo ni el momento preciso en el que cayó rendida. Sólo recobró la conciencia al oír la puerta. Observó al plácido y durmiente viejo antes de recoger el libro y estirar sus agarrotados músculos.

Salió fuera de la habitación y acomodó el cabello tras sus orejas mientras veía al muchacho entrar en completo silencio.

— Lamento mucho la tardanza, falta poco para el amanecer. De verdad lo siento.

— No es tu culpa. — Sonrió ligeramente, ahuyentando el sueño— tu padre ha accedido a tomarse un día, y comió bien. Ahora está durmiendo.

— Muchas gracias Candice. — Hizo el intento de tocarla, pero ella se apartó con discreción.

— Lo siento, no me gusta que abracen ni violen mi espacio.

— Lo lamento. — Se disculpó de inmediato.

— Bueno, ya debo irme, en pocas horas he de levantarme y trabajar. — Se dirigió a la puerta— no olvides avivar el fuego, está fresco.

— Adiós y gracias.

Con un asentimiento de cabeza, Candice abandonó la casa de Billy, completamente ajena al par de ojos que la seguían con ferocidad en la oscuridad de la noche.

Al día siguiente, Candice fue incapaz de despertar antes del medio día, cuando su estómago exigió alimento. Consternada, se vistió y lavó a toda prisa. Bajó las escaleras atando sus cabellos.

En la cocina no había mucha gente, pero el aroma de la comida despertó su apetito.

— Pero si es la perezosa— oyó a Luisa  decir— ¿qué estuviste haciendo anoche? — La castaña se rió. — Tú ni te burles, mira que hace poco despertaste, y sé perfectamente bien que ayer no estabas precisamente trabajando.

— ¡Dory! — Respondió ruborizada.

— Lo siento, no pude vencer al sueño.

— Ni al hambre— rieron al oír su estómago sonar.

De inmediato Luisa le tendió un vaso de leche y un trozo de pan.

— Pronto será la hora de almorzar, así que apresúrate.

Ella obedeció y charló con las chicas mientras saciaba su hambre. Después de hacerlo, se despidió y se dirigió a donde Gley ya fregaba con afán.

— Hasta que te dignas a aparecer. — Se quejó, aunque notó cierto atisbo de humor.

— Pido perdón, me quedé dormida.

— Sí, sí. Mejor ve a botar esta agua y trae limpia— no tardó en obedecer, ni dirigirse al río cercano.

Era una belleza, y ella sabía que el agua no era fría. Se dijo que tomaría un baño un día de estos. Sin embargo, no fue quien lo decidió.

Sólo oyó unos gritos infantiles antes de verse sumergida en las cristalinas aguas, con cubetas y todo.

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