— ¡Maldita seas! — Gruñó antes de darle una fuertísima bofetada que la hizo trastabillar y caer. El ardor en su garganta y la piel de su mejilla, la hicieron quedarse en esa posición. — Eres una salvaje, y como te has comportado como una perra, no comerás hoy. — Dicho eso se dirigió a la puerta, antes de que Candy pudiera incorporarse.
Recuperado el aliento, sintió el sabor de la sangre y al tocarse el labio descubrió que se lo había roto. Siseó del dolor y rogó, al mismo tiempo, por algo de beber. Moriría por agua que aliviara su molestia.
Escuchó sin dificultad cómo echaba llave. Pero no le importó, su plan principal había resultado un fracaso y eso la dejaba sin ideas.
Se apoyó en la pared y cerró los ojos, perdiendo la cuenta del tiempo que llevaba en esa posición. Sin embargo, comenzó a tener tanto frío que el cuerpo le tembló. Supuso que era de noche, en aquella pocilga no se veía nada del exterior y la desesperaba.
Se preguntó si en casa de Alberth estarían preocupados, había dicho que volvería. Apretó los párpados cerrados, aferrándose más a sus piernas para coger calor. Sus dientes castañeaban y podía oír algo moverse por el cuarto, asustándola.
Tenía hambre, frío y miedo, además de dolor. Estaba segura que su mejilla se encontraba hinchada y pronto le aparecería un moretón. Quería salir de ahí, era lo que más deseaba porque sabía lo que deparaba el futuro. No podía casarse con ese hombre, ni mucho menos dejar que la tocara, la simple idea la enfermaba.
Aquello se lo permitiría a un solo hombre, porque su corazón así lo quería. Tenía certeza de que no podía hacerlo con nadie más, no de forma voluntaria al menos.
Pensó en sus padres, en su querido William y Rousmery. Si él hubiera sabido el infierno que la harían vivir por aquel gesto protector, jamás lo habría hecho, estaba segura. Sin embargo, el que le dejara la casa que tanto le gustaba y tratara de velar por su bienestar aún cuando estuviera muerto, le llenó los ojos de lágrimas y aquéllas sólo consiguieron traer otras, hasta que se sorprendió sollozando en silencio.
A los minutos u horas después, logró calmarse. Debía pensar, no llorar. Eso no la sacaría de la situación. Ignoró sus dolencias y el rugido de su estómago, no podía darse el lujo de debilitarse.
Sin embargo, pese a sus esfuerzos, terminó deslizándose en el mugriento piso, adoptando una posición fetal que creyó le brindaría calor.
No demoró mucho en notar que tenía fiebre y que la sensación gélida era obra suya. Trató de incorporarse y descubrió que no podía. Se desesperó, no podía estar enferma ahora. No podía.
Pero eso no sirvió para aliviarla, durante aquella noche, tembló sin control y cayó en delirios que la hacían gritar de terror. Habló sinsentidos y por momentos estuvo segura que se trataba de una pesadilla. Aunque los breves instantes de lucidez le confirmaban sus temores, seguía encerrada.
Despertó sobresaltada, empapada en sudor por la posición en la que se encontraba. Recordaba haber estar encogida, pero ahora se hallaba tendida de espaldas. Desconcertada miró hacia abajo y descubrió al sucio Arnulfo luchando con su falda y ropa interior.
Gritó, revolviéndose. La parte delantera de su vestido se encontraba rasgada ligeramente.
— ¡Quédate quieta! — No obedeció y pateó con todas sus fuerzas, logrando darle en el pecho. Salió hacia atrás y ella se incorporó con dificultad; débil por la fiebre, pero decidida a escapar en ese instante. La puerta estaba entreabierta, debía intentarlo ahora o nunca.
Se puso en pie y trató de correr hacia la salida, sin embargo, el hombre la cogió por el cabello y jaló fuertemente, haciéndola retroceder y caer.
Gritó.
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LA NIÑA DE MIS SUEÑOS
Fiksi PenggemarLos personajes de Candy Candy no me pertenecen son de sus creadoras Keilo Mizuki y Yuriko Igarashi.