Capítulo 42

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No sabía si se debía a la infusión milagrosa, o a la resignación a las circunstancias, pero se mantuvo serena ante la mención del hombre que amaba.

— Estaba segura de que no eras mala. — Le sonrió. — Y respecto a eso… él realmente no me hizo daño, fui yo misma. — Se levantó, y comenzó a dar un tonto paseo, hasta detenerse frente al retrato, era bellísimo.

— Me hice ilusiones que no venían al caso. Terrance siempre fue sincero respecto a lo que quería de mí.

— Uno no se enamora sin estímulos, mi querida Candice.

— A él le gustaba su sonrisa. — Observó de pronto. — Remarcó muchísimas veces las líneas de su boca.

— Decía que era lo primero que quería ver al despertar y lo último que desearía contemplar antes de morir. Claramente, no pude cumplir con su anhelo.

— Hay cosas que escapan a nuestras manos. — Se preguntó qué haría si su historia con el Lord terminará tan trágicamente como la de Gley y Roberth, se cuestionó su capacidad de sobrellevarlo y determinó, con desesperación, que quizá se comportaría igual que Gley, cerraría tanto su corazón y emociones para ahorrarse el sufrimiento extra, que probablemente olvidaría cómo abrirlo de nuevo.

— Debo ir a coger algunas hierbas, mi suministro se acaba. Todavía más con Pony pidiéndome constantemente. Si gustas, puedes acompañarme y al regresar, te ayudaré a lavar esas sábanas, cuando volvamos estoy segura que ya no quedará ni rastro de lo ocurrido.

La joven se ruborizó ligeramente, atacada con el recuerdo del momento preciso en que dejó de ser virgen y pasó a ser la mujer de Terrance. Si su madre viviera, estaría escandalizada y su padre, obligando a punta de lo que fuera necesario al Lord a responder por la inocencia perdida de su hija. Sonrió afectada, no cabía duda de que cada día se volvía más disparatada.

— Me encantaría ir. — Se volvió con una expresión cercana a la tranquilidad. Incluir a sus padres en su presente, de aquel modo cómico había sido suficiente distracción.

Ambas mujeres armaron una pequeña canasta con algunas frutas y aperitivos para el camino, puesto que al lugar al que se dirigían quedaba apartado, dentro de los bosques extensos, y dudaban de estar de vuelta para el almuerzo. También se aprovisionaron con una para poder dejar dentro las plantas.

— No debes decirle a nadie que te he traído conmigo, ni que te llevé a mi casa. — Conminó, yendo con lentitud por el camino escasamente definido.

— Debo cuidar mi reputación.

Candice se permitió liberar una risa breve.

— Aunque tengo que admitir, que me encanta ese pequeño de Kate, John.

— Oh, es un sol. Ese niño es hermoso. — Curvó más los labios al pensar en él.

— Es muy revoltoso. — Chasqueó la lengua y Candice le palmeó con dulzura la espalda.

— Es pequeño, se supone que así sea. Mi madre solía decirme que era insufrible.

— ¿Y ella dónde está? Nunca lo pregunté, porque fingía que no me importaba. Pero… ¿cuál es tu historia?

— No es una linda, al menos, no toda. — Se concentró en el canto de las aves, y los rayos que se atrevían a salir con timidez.

— Las historias lindas de cabo a rabo no existen, pequeña.

— De acuerdo, se la contaré. — Y de aquel modo Candice le relató los pormenores de su existencia, incluyendo al cobrizo y sus conjeturas sobre él. Era chica y estúpida, y no había dudado de lo dicho por Elroy. Esa había sido la primera vez que le había pegado y Candice prefirió hacer de cuenta que todo lo pasado era difuso, y poco verosímil. Su anterior vida, era lo más similar a un cuento que recordaba por las noches antes de dormir, que algo a lo que pertenecía, ese pensamiento solía simplificarle las cosas.

LA NIÑA DE MIS SUEÑOS Donde viven las historias. Descúbrelo ahora