Capítulo 24

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Así fue por unos días. Rentó un modesto cuarto con sus ahorros y se preocupó de mantener a salvo sus provisiones. Sin embargo, el dinero se le iba y nadie quería darle trabajo.

Agotada de haber andado la mañana completa buscando empleo, se dejó caer en el escalón de una pequeña iglesia. Soltó el aire en un resoplido y buscó un trozo de pan en su bolso.

Mientras comía lentamente, observó el rededor. Había una plazoleta al frente de sus narices, donde gente acomodada y criadas iban y venían, cargando bolsas o paseando mascotas.

Arrugó la nariz y bufó. No sabía qué hacer, aunque tenía certeza de que no volvería a casa del Lord, que seguramente ya habría abandonado todo plan de búsqueda. Su orgullo estaría herido un tiempo, pero lo superaría. No era realmente importante en su vida, no jugaba un rol fundamental.

Mientras que para ella esos días no habían sido los mejores. No podía dormir bien porque la asaltaban los sueños y al despertar sólo era capaz de permanecer recordando estupideces, queriendo cosas que nunca debió siquiera experimentar. Se cansaba de repetirse lo idiota que era, pero lamentablemente no podía evitarlo.

Con un largo suspiro se levantó, y entonces un movimiento a su costado le llamó la atención. Era un carretón lleno de flores que peligraba con caer.

Corrió a detenerlo justo a tiempo, evitando que regara su hermoso contenido en los adoquines. Siguió jalándolo hasta que la persona que lo empujaba se detuvo.

— Ah— oyó. — Gracias, muchacha. — Una anciana de pelo cano, sonrisa cálida y ojos afables se le presentó.

— No fue nada— le devolvió la sonrisa. — Si quiere puedo ayudarla a empujar hasta que llegue a donde desea.

— ¿Harías eso por mí? Mis pies me están matando. Ya no estoy para estos trotes. — Admitió con un suspiro cansado. La rubia se puso en marcha.

— ¿No tiene nietos?

— Sí, pero no los conozco. Mis hijos crecieron y se marcharon. Me olvidaron. — Le sonrió con pesar.

— Lo siento.

— Yo también. Aunque así es la vida, algún día crecerás y dejarás atrás a tus padres.

— Bueno, ellos me dejaron primero.

— ¿Qué dices? — Interrogó con sorpresa, mientras con dificultad seguía a la rubia por la plaza.

— Murieron cuando era pequeña.

— Oh, mi niña. Lo siento. — Le dio una tierna palmada en el hombro. — ¿Pero qué haces sola por aquí?

— ¿Está bien si lo pongo en este sitio? — Preguntó ralentizando hasta dejar la carreta con ramos multicolores en el suelo.

— Sí, muy bien. — La joven sacudió sus manos.

— Estoy buscando trabajo. Así que espero haberla podido ayudar, pero ya me tengo que ir. Aún debo visitar el otro lado de la ciudad.

— Claro. Muchas gracias— murmuró la mujer sentándose con un quejido.

Candice agitó la mano e iba a dar media vuelta, cuando la viejecilla la detuvo.

— Hey, espera. Podrías ayudarme a vender flores, mis pies están muy dañados y realmente necesito descansar. No puedo pagarte mucho, pero te ofrezco techo y comida. — Para Candice aquello era como la luz en medio de la oscuridad.

Se sorprendió abrazándola con energía.

— ¡Me encantaría! Oh, ¡muchas gracias!

De aquel modo, la anciana de pelo blanco le explicó cómo hacer los arreglos, el costo de cada uno. Y al final del día la guió hasta la modesta casa donde vivía. Tenía una ventana rota y tapiada con cartón, pero a Candice no le importó. Era un techo seguro, la mujer era encantadora y se permitió confiar en ella.

LA NIÑA DE MIS SUEÑOS Donde viven las historias. Descúbrelo ahora