Prólogo

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Ya las clases habían terminado y como cada día nos sentábamos en los bancos del parque.

—Desde hace tres días que no ataca —dice mi amiga y pongo los ojos en blanco.

Estoy cansada, últimamente en las noticias de lo único que hablan es el del nuevo asesino en serie, y que cada vez está más cerca de nuestro pueblo, ya va por quince casas. Que pesados.

Aún no encuentran un patrón, lo único que ha averiguado la policía es que no deja a nadie de la familia vivo y en la escena del crimen siempre hay una rosa blanca manchada de sangre.

—A veces me das más miedo que el propio asesino —digo— Ya, deja de buscar cosas sobre asesinos en serie y gente que está mal de la cabeza.

—¿En serio no te sorprende ni un poco? —levanta las cejas— Roma, el asesino puede ser cualquiera, estar entre nosotros y saludarnos todos los días. 

—En ese caso, no voy a saludar a más nadie en lo que me queda de vida ¿Contenta?

—Me encanta lo sería que eres con un tema tan delicado —sigue con la insistencia— La última familia solo dejó vivo al gato, al padre le cortó la cabeza, a la madre le rebanó el cuello y el niño de diez años...

—Ya cállate —le corté. No me quiero ni imaginar las cosas que ha investigado por su cuenta.

—Y por último como dato curioso, hace tres días que no ataca y es la distancia que se demora para llegar de ese lugar hasta aquí.

—Estás un poco paranoica.

—Bien, no diré más nada. Luego la loca y la pesada soy yo.

—Es que si lo eres —esa tercera voz le correspondía a Analis— Déjame adivinar, hablando nuevamente del asesino de la rosa blanca.

—Y sí, tu hermana está muy pesadita con el tema.

Analia y Analis eran como el agua y el aceite, hemos sido amigas desde muy pequeña, y su familia es lo único que tengo después de mis padres.

—Por cierto, Roma le he dicho a mamá que me voy a quedar a dormir en tu casa está noche.

—¿Qué piensas hacer? —indagó su hermana.

—Hoy harán una fiesta y yo no puedo faltar.

—Bien —me limito a responder.

—Entonces yo también me quedo, no pienso dormir sola en mi habitación.

—Ves, te lo dije paranoia. Sigue con lo del asesino y vas a acabar muy mal. Yo no voy a ir a un internado a llevarte comida.

—Eres una amiga estupenda, Roma.

—Yo también te amo —le saqué la lengua.

Estuvimos un rato sentadas, ya luego me fui a casa. Caminé con los audífonos escuchando la música que reproducía en mi teléfono. Metí las manos en los bolsillos de mi hoodie, mientras llegaba a casa.

—Hola —le di un beso en la cabeza a papá que estaba sentado en el sofá leyendo su periódico.

—Hola preciosa —me saludó— ¿Qué tal el colegio?

—Todo bien —sonreí y seguí el aroma proveniente de la cocina— Las chicas se quedan hoy —le informé a mi mamá y le pareció bien.

Subí las escaleras y me metí en mi habitación dejando la mochila caer al suelo. La ventana estaba abierta y una brisa helada entró. Me encaminé a cerrarla y me detuve en seco.

En la calle había un chico, vestido de negro y llevaba una capucha, daba bastante mal rollo y como me pasé el día con Analia, mis sentidos se agudizaron. 

Pestañee y el chico siguió de largo como si nada.

Tonta.

Nota del día, prestarle menos atención a tu amiga la desquiciada. 

En la noche las chicas llegaron y como era de esperarse después que mis padres se durmieran Analis se fugó por la ventana, y yo me quedé con Analia recostada a la cama viendo todas las películas de X-MEN.

Íbamos por la cuarta parte cuando miré el reloj.

—Ya es muy tarde, por qué no regresa. 

—Debe estar con una lengua metida hasta la garganta —dijo su hermana con hastío.

—Iré por ella —anuncié— Tu espera aquí, y con esos cojines has nuestros cuerpos por si mis padres se levantan.

—Es muy tarde.

—No importa —me levanté y comencé a cambiar mi ropa.

—Ten mucho cuidado.

—No te preocupes.

Salí por la misma ventana, la fiesta no estaba tan lejos, así que en un trote suave llegaría en unos diez minutos. Estaba adaptada a correr, todas las mañanas lo hacía.

Sentía la música cada vez más cerca, al llegar reconocí a varios chicos del colegio y saludé a un par de amigos.

—¿Quieres? —Jay me ofreció un cigarrillo.

Jay había sido el primer chico con el que había estado, yo lo veía como un amigo, más él seguía sintiendo cosas por mí, quería, pero no me salía corresponderle.

—Gracias —le sonreí y me lo puse en la boca, y él me encendió el mechero. Le di una calada— ¿Has visto a Analis?

—Bueno si te apresuras puede que esté a un en el sofá y no en el baño con Miguel.

Rodeé los ojos.

No cambia. 

Busqué a mi amiga y como en efecto andaba besuqueándose con Miguel.

—¡Roma! —se alegró al verme.

—Tenemos que volver, ya es muy tarde y si mis padres se levantan me van a matar por tu culpa.

—Miguel, follamos mañana en el colegio ¿Vale?

—Vale —el chico le dio otro beso.

La tomé del brazo y la saqué de ahí. De regreso me tocó escuchar como habían hecho las pases y que está vez iban en serio.

Ese cuento ya me lo sabía de memoria.

Arrugue la frente al ver todas las luces de mi casa apagadas. No recuerdo haberlas dejado así. Incluso mi ventana estaba cerrada. 

—De seguro fue mi hermana —comentó al ver mi cara de preocupación.

Subimos los tres escalones y la madera crujió bajo nuestros pies.

—Creo que pise mierda —se quejó.

—Has silencio.

—No huele mal para ser mierda —susurró.

Me agaché intentando ver lo que había en el suelo, era un líquido pegajoso que manchó mis dedos, junto a algo que no pude distinguir debido a la oscuridad.

Saqué mi teléfono del bolsillo trasero del pantalón y encendí la linterna. El rojo carmesí se iluminó y proveniente de adentro de mi casa, había sangre que manchaba una rosa blanca que estaba en el suelo. 

—¿Eso es…?

Analis se alarmó.

—Una rosa blanca manchada de sangre.

Acaba Conmigo ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora