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"Quiero tu sangre, quiero mis rosas manchadas de ella y quiero tu boca comiendo mi polla"

Rosas blancas, las favoritas de mi madre, mis preferidas cuando están manchadas de rojo carmesí y veo lo extremadamente bellas que son, pero no más que ella. Roma se ha convertido en mi debilidad, su sonrisa tambalea mi mundo, y no encuentro la manera de acabar con su vida sin destruirme a mí.

Caótico.

Así se siente todo últimamente si se trata de ella.

Me siento perdido si está cerca y su aroma invade mis fosas nasales. Sonríe y los ojos se le achinan, tiene un pequeño lunar en la comisura de su boca, los labios carnosos le resalta las fracciones de su rostro. Cuando no sabe que hacer o está nerviosa enciende un cigarrillo. 

Se cree una diosa y que su lugar seguro es arriba de la barra, bailando detrás de un antifaz, aunque nada impide que la reconozca. Me he aprendido de memoria todas y cada una de sus facetas.

La terminé estudiando tanto, que se convirtió en algo personal.

Con lo único que no estoy de acuerdo es de los babosos que tiene detrás y de las malas decisiones que toma si se trata de ellos. Ninguno es suficiente, ella merece tener al diablo en sus pies y yo seré ese infierno que la consume. 

Los demás son puros imbéciles que quieren con ella por su cara bonita, pero el potencial que solo yo puedo ver en ella... Ese potencial es el que necesito que salga a luz. Y lo haré.

Dejaría que ella acabase conmigo si lo desea. Roma puede tronar sus dedos y tenerme a su merced.

¿Con qué valor tomo su sangre, ahora?

Sé que estoy mal porque ahora tengo a una pelirroja comiéndome la polla y en lo único que puedo pensar es que desearía que fuese Roma.

—Así no puedo —se queja y yo llevo mi mano a su cabello rojizo—. Deja de pensar en ella.

—Ya, en eso estoy —digo con rabia—, aunque si pudieras mover tu lengua con rapidez todo sería más fácil.

—No me culpes a mí —me fulmina con la mirada—. Llevamos en esto toda una vida, ahora no me digas que no sé, porque claramente el problema es tuyo y tu obsesión por la niñata.

—No le llames así.

—Vas a lograr que me vaya —se queja.

—Ya, ya. Continúa.

Asiente y vuelve a engullir mi polla en su boca, el aro frío de su labio inferior me roza el glande y mis dedos se enredan en su cabello. Mis manos marcan el ritmo.

—Levántate —le pido.

Con el brazo barro todo lo que descansa sobre la mesa y la obligo pegar su pecho en la superficie de madera.

—Separa las piernas —ordeno y bajo su falda junto a las diminutas bragas de encaje.

Entro de una estocada sin darle tiempo a reclamar, tomo en puño su cabello y comienzo a arremeter con fuerza y salvajismo, su coño se contrae en lo que gime como una demente.

—Echo de menos ser follada por los dos —gime y clava las uñas en la madera.

—¿Te has portado bien, últimamente?

—Por supuesto que sí.

—Puede que seamos generosos contigo —la penetro con rabia en lo que Roma no sale de mi cabeza y la imagino gimiendo mi nombre una y otra vez—. Necesito un favor, Emyli.

—Si me regalas un orgasmo, los que quieras.

—Bien. Me parece justo.

Seguí estampando mis caderas contra su trasero hasta que la sentí contraerse y llegar al clímax, la imagen de Roma me vino a la cabeza y terminé corriéndome en su interior.

—No te olvides de la píldora —bramo y voy en busca de mi bóxer.

—Ahora vuelvo —me informa y se va con su derrame corriendo por la parte interna de sus muslos.

Emyli era como un juguete sin sentimientos que me pertenecía, por ende podía terminar en ella y nada saldría de ahí, llevamos año en esto. Y la confianza era suficiente. Conocía todos mis oscuros secretos y me ayudaba en lo que necesitaba.

Sentí la ducha abrirse y fui por un café en lo que esperaba que volviera para contarle lo que se me había ocurrido mientras la follaba. Esa parte evidentemente la iba a omitir.

Me puse a jugar con uno de mis cuchillos favoritos en lo que pasaba el tiempo.

—Aquí estoy —se quedó estática mirando el cuchillo en mi mano, no tenía miedo, en realidad le gustaba esta parte de mí que solo conocía ella.

Se acercó y levantó su rostro para ofrecerme su boca, el filo de mi cuchillo cortó su labio y la sangre bajó en un hilo por toda su piel, hasta perderse en la curva de sus pechos.

La besé saboreando el gusto metálico a sangre, mi lengua limpió todo rastro de rojo carmesí y me perdí en sus pechos, mientras ella acariciaba mi cabello y sonreía feliz.

—Esto es muy aburrido cuando nos quedamos tú y yo solos.

—Me has dejado bastante claro que el favorito no soy yo.

Se ríe y no me lo tomo a mal, porque yo tampoco siento nada por ella. Pasamos el tiempo juntos y eso está bien.

Mi teléfono comienza a sonar y Emyli lo agarra leyendo el nombre.

—Es Roma —le quito el teléfono de las manos y lo apago—. ¿No vas a contestar?

—Luego la llamo.

—Bueno, dime lo que se te ocurrió —se sentó en la encimera y cruzó sus piernas.

—Quiero marcarla como mía y tú me vas a ayudar.

—Necesitaremos una droga bastante fuerte —me sonrió de lado.

Si Roma no existiera, ella sería la indicada.

—¿Te puedes encargar de ello?

—Claro, bebé.

Se queda un rato más y luego de unas películas se va. Me quedo solo, y apago la tele. Busco mi teléfono para enviar un mensaje.

Se suponía que yo tenía que acabar contigo y ahora eres tú la que no sales de mi cabeza.

No responde así que envío otro mensaje.

Me estoy consumiendo de a poco y la culpa es tuya, Roma.

Lo peor de esta historia es que el asesino, o sea yo. Terminó enamorado de su presa.

—Necesito que sea exclusivamente mía —confieso en voz alta intentando ahuyentar los demonios de mi interior.

—Nuestra, hermano —pone su mano en mi hombro y me volteo para darle un abrazo—. Será nuestra.

Acaba Conmigo ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora