Epílogo

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TIEMPO DESPUÉS.

“Nunca volví a ser la misma, pero al menos era feliz”

El agua de la ducha hace que el cabello se me pegue a la piel. Suelto un gemido ronco cuando tiran del lóbulo de mi oreja con mucha fuerza y se abren paso en mi interior de una sola estocada. Nos fundimos en un agresivo beso y siento el sabor metálico en mi boca.

—Recuérdame poner seguro a la puerta antes de entrar a ducharme —susurro en un hilo de voz—. Es peligroso entrar a bañarse y salir follada.

—Disfrutas de esto tanto como yo—ronronea y tira de mi labio con sus dientes hasta hacerme sangrar otra vez—. ¿De qué te sirve la ducha si no sales mojada?

Punto a su favor.

Supongo.

Mis piernas se enredan en su cintura y mis uñas se entierran en su espalda.

—Nos puede escuchar —le recuerdo.

—Está en casa de la vecina jugando —me dice—. Tenemos una media hora disponible antes de que vuelva.

Su cuerpo presiona el mío contra las baldosas de la ducha. El agua empapa nuestra piel y bajo la vista al punto dónde nos unimos. Sus músculos se tensan y mis gemidos comienzan a escucharse en la habitación. 

—Si sigues así puede que hasta los vecinos escuchen mi obra maestra.

Bajo mis piernas de su cintura y las coloco en el suelo, Black me voltea con fuerza bruta y mi rostro queda impactado contra la pared, muerde mi hombro y sus dedos trazan una línea invisible por mi espalda.

—No soy tu obra maestra.

Arremete con más fuerzas que al principio y sube mis manos hasta la altura de mi cabeza para entrelazar sus dedos con los míos. Fijo la vista en los anillos que descansan en nuestros dedos como símbolo de nuestro amor caótico y retorcido.

Sentimientos que me hicieron perder la cabeza y llevarme a la locura.

—¿Entonces que eres?

—Tu esposa.

Me vuelve a besar con una agilidad sorprendente, sus manos rodean mi cuello y su lengua invade mi boca batallando contra la mía.

—Conozco a alguien que muere por saludarte —dice en un gemido ronco sobre mis labios—. No te preocupes, no haremos otro trío.

—¿Quién, entonces? —arremeto hacia detrás y gruñe por lo bajo cuando mi trasero impacta contra su cuerpo. 

Señala hacia abajo y sigo el recorrido de su mirada. Sostiene su polla entre las manos que no deja de mover y las venas se encuentran pronunciadas.

—De rodillas se reza o se peca.

—¿A qué estás esperando, nena?

Y me coloco de rodillas contra el suelo.

Porque las cosas con él eran así.

Black cambió mi vida desde mucho antes, ya yo estaba muerta, pero como no hubo sangre nadie lo notó y mi mente se las arregló para olvidar todas las atrocidades que hizo mi padre y mi madre ocultaba por miedo.

Elegí sentirme bien y ponerme a mi misma sobre todas las cosas.

Supuestamente, Roma había muerto, pero todos los meses Analis y Miguel recibían una carta y por una extraña razón Black se las arreglaba pera enviarles una rosa manchada de sangre. Cómo símbolo de que todo lo vivido fue real y él sigue presente.

El asesino siempre estuvo aquí, entre nosotros. Respirando nuestro mismo aire. Bajo el mismo sol y apreciando las mismas estrellas que nosotros.

En mi mente fue el villano que me salvó de un monstruo.

Se siente bien.

Me siento bien.

#

Me detengo en la cocina y observo a través del ventanal como la vecina está llorando y mi hijo se acerca corriendo con una sonrisa malévola en sus labios.

Algo malo hizo.

Igualita a la de su padre.

Entra agitado y se lleva las manos a los bolsillos, con porte de inocente. El cabello oscuro lo trae revuelto y una fina capa de sudor descansa sobre su frente.

—¿Qué hiciste? —indago.

—No hice nada, mamá —pasa saliva—. Soy inocente, te lo aseguro.

—¿Por qué llora la vecina?

—No está llorando —pone su boca en línea fina y hace silencio por unos segundos—. Lo que pasa es que estornudó y se le salieron las lágrimas sin querer, eso fue lo que ocurrió.

Miente.

Le conozco.

Black se acerca pasándose un pulóver por la cabeza.

—¿Qué ocurre? —se sienta en la encimera y comienza a jugar con las frutas frescas.

—La vecina está llorando y este señorito de acá es el culpable.

—¿Qué le hiciste? —insiste Black.

—Papá, fue su culpa —arruga las cejas—. Yo intentaba ser todo un caballero y robarle nuestro primer beso.

Pellizco el puente de mi nariz.

—Solo tienes nueve años, no puedes ir por ahí robando besos —le riño—. La has dejado llorando.

—No le besé —masculla con rabia—. No sé dejó, así que le corté el cabello con las tijeras de papá. Supongo que llora por eso.

No ya, no puedo más.

—¡No puedes hacer eso, Michael!

—¿Con las tijeras de la habitación prohibida de papá? —se alarma Black.

—No —agrega—. Las de polar las plantas del jardín.

—Ah, entonces no hay problema —la preocupación desaparece de su rostro.

Lo fulmino con la mirada.

Me van a volver loca entre los dos.

—Esa no son formas de enamorar a una chica —me le acerco—. No puedes cortar su cabello, ni obligarla a nada que no quiera.

—Menuda mierda —bufa.

—Tendrás que pedirle disculpa y esperar unos años si quieres que sea tu novia.

—Yo no quiero una novia, solo quiero un beso.

—Para dar un beso tienes que estar enamorado —suelta Black y su vista se posa sobre mí.

—No sabía que era tan importante —se encoge de hombros—. Pensé que se trataba de compartir saliva y ya.

—Existen muchos besos, pero el mejor siempre será de esa persona que amas.

—¿Papá como enamoraste a mamá? —nos mira con los ojos brillosos.

Los mismos ojos de su padre cuando no usa lentillas.

—Algun día te contaré esa historia.

—¿Puedo coger una de las rosas blancas del jardín para pedirle perdón?

—No, definitivamente no —Me apresuré a decir.

—Si, por supuesto que sí.

Acaba Conmigo ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora