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“La traición se paga con sangre, no conozco otra regla”

—¡¿A dónde crees que vas, señorito?!

—Abuela —me llevo la mano al pecho—. Que susto me has dado vieja loca.

—Deja el drama —rueda los ojos—. ¿A dónde vas sin tus lentillas? Yo sé que tus ojos son precisos, pero no puedes ir por la vida mostrándolos.

—Voy a ver a mi hermano —curvo mi boca en una sonrisa—. Le haré una agradable visita. Hace tiempo que no lo veo y últimamente estamos un poco distanciados.

—¿Qué pasa si te ve algún conocido? —protesta—. ¿Cómo vas a explicar la diferencia de tus ojos?

Y sigue con lo mismo.

—Vale —me dejo caer en el sofá y cruzo mis brazos a la altura del pecho—. Me los colocas, por favor.

Asiente y se los ofrezco para que ella me los ponga. Cubriendo mi marca, ocultando lo que en realidad soy.

—Tengo unas ganas de que esto termine —me quejo—. No más lentillas, no más engaños. Solo Roma y yo con un felices para siempre.

—Confías mucho en ello —mi abuela acaricia el cabello—. Quizás no puedas estar con Roma cuando todo esto acabe, cariño.

—En ese caso, nuestra historia será igual que la de Romeo y Julieta, pero versión sangrienta porque yo acabaría con la vida de ambos si no podemos estar juntos.

—Espero que no lleguemos a ese extremo —se acomoda el delantal—. Dile a tu hermano que no fui porque me siento mal, tengo el cuerpo indispuesto y creo que voy a comenzar con mi crisis de tos. 

Abuela lleva tiempo enferma.

—Vale, yo le digo —meto las manos en los bolsillos de mi jean—. Era mejor cuando vivíamos juntos.

Yo le que quiero es mantenerlo controlado.

—Era más peligroso —agrega—. Dile que le quiero muchísimo, ambos son lo más bonito que me pudo pasar en la vida.

Arrugo la frente.

—¿Tienes fiebre? —pregunto.

—Aunque te confieso que tú siempre serás mi favorito.

—Me voy antes de que te pongas sentimental —bromeo—, y me hagas llorar a mí.

—Por cierto el tatuaje te quedó bonito —toco mi cuello dónde ahora tengo el nombre de mi chica tatuado.

Es que si es mía. 

Desde el día uno.

Abandono el edificio y me subo en la moto. Que el aire golpee mi rostro me relaja, me hace sentir liviano en medio de la tormenta que yo mismo provoqué.

Aunque no me arrepiento de nada, si tuviese que volver a matar a la familia de Roma y dejarla a ella con vida lo volvería hacer, solo para conocerla.

Me enamoré de mi error. 

Y ella de mí, mi lado narcisista lo sabe.

Dejo la moto en el parking y subo por las escaleras de incendio, que quedan detrás de un callejón sin salida, se supone que no me puede ver nadie. Entro por la ventana de la habitación y al escuchar a Klaus hablar no doy un paso más.

La puerta está entreabierta y pego la oreja para escucharlo.

—Deberías tener miedo —Klaus está hablando con alguien.

Acaba Conmigo ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora