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"Un brindis por nuestros secretos, que gane el mejor pecador"

Las instrucciones habían sido claras, si avisaba a la policía moría, si no llegaba también moría. Así que lo más sensato era hacer lo que me pedía. Tampoco le avisé a nadie lo que estaba a punto de suceder.

Me daba igual si este era mi último día.

Ya él me había quitado todo lo que tenía, mi vida acabó el día que recibí su primera rosa blanca manchada con sangre de mis propios padres y amiga.

Con el corazón acelerado y las piernas como gelatina me detuve frente al club, está era la dirección que me había enviado junto a un vestido elegante rojo carmesí.

Tampoco me extrañó encontrar el local vacío, las luces estaban encendidas y un hombre de traje se dirigía hasta a mí.

—Debe seguirme —me guio hasta la barra dónde se encontraba un sujeto de espalda.

El momento había llegado.

Con cada paso que daba me encontraba más cerca, su espalda estaba ejercitada, se le notaba los músculos y el traje se le ajustaba al cuerpo, lo peor de todo es que juraría que lo conocía.

No puede ser.

—Jay —se me quebró la voz. No podía ser él.

—Roma —se levanta tranquilo y me mira de arriba abajo—. Estás guapísima.

Voy a hablar, pero carraspean a mi espalda y me volteo para encontrarme con una cabellera rubia.

Klaus me miraba con el ceño fruncido, traía un traje muy parecido al de Jay y ahora ambos estaban junto a mí.

Qué demonios.

—Pensé que sería una cita entre nosotros —confiesa Jay y sus ojos son estacas directas a mi corazón.

—¿Perdona?

—¿Tú también recibiste la invitación? —indaga Klaus y mete las manos en los bolsillos.

—¿De qué invitación hablan?

—La que me enviaste —dicen al unísono, abro la boca en forma de "O"

—Yo no envié ninguna invitación —resoplo y me llevo los dedos a la cien.

—¿Cómo que no, preciosa —Analis y Miguel llegan hasta nosotros con las manos entrelazadas— y esto que es?

Levanta en sus finos dedos las dichosas invitaciones y me quedo perpleja. 

—El vestido que le regalaste le queda de maravilla —Miguel le obliga a dar vueltas.

—Les juro que yo no tengo nada que ver con esto. Tampoco te envié el dichoso vestido —bufo. Era igual que el mío, pero blanco.

Ella de blanco como sus rosas y yo de rojo carmesí como la sangre.

—¿Entonces, que hacemos todos aquí? —la voz le pertenecía a Klaus.

—¿De quién es el cumpleaños? —Nick abrió sus brazos y fue directo a abrazarme con una amplia sonrisa en sus labios.

—Déjame adivinar, también recibiste una invitación de mi parte.

—Pues si —se encogió de hombros—. ¿Todo bien?

No, todo mal. 

Me la volvió a jugar.

Me iba a reunir por primera vez con el asesino, y ahora resulta que todos mis amigos o conocidos estaban presentes.

Acaba Conmigo ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora