Capítulo 1

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Antonella

Un resplandor iluminó mi rostro al mismo tiempo que un aroma a café recién hecho invadió mis fosas nasales.

—Dormilona, despierta... mi morenita, he vuelto...

¿Estaba soñando, o esto era real? Esa voz, ese apodo...

—Cariño.

Me incorporé sobresaltada, con el corazón latiendo acelerado. Allí estaba Natt, de pie frente a mí, con una expresión de preocupación en su rostro.

No, otra vez no, por favor.

Desde hace días no puedo quitarme de la cabeza esa maldita nota que apareció en mi puerta junto con unos zapatitos de bebé. No sé si se trata de una broma, pero, si lo es, ¿quién podría haber sido tan cruel? Nadie sabe, y dudo mucho que haya sido cosa de Nelson, Camila o Catalina; ellos no serían tan mezquinos.

—¿Otra pesadilla, amor? —Natt dejó una bandeja con comida a un lado de la cama, mirándome con ternura y preocupación.

Ojalá supieras lo que realmente pasa por mi mente.

—No, amor... bueno, sí —me rectifiqué, tratando de sonar despreocupada—. En fin, solo cosas raras —reí un poco mientras me sentaba en la cama, tratando de desviar la atención.

—¿Segura? —preguntó Natt, todavía con una nota de duda en su voz. Me conoce lo suficiente como para saber que algo no está bien, pero también sabe cuándo no insistir.

—Segura, amor —respondí, intentando calmar sus inquietudes mientras depositaba un suave beso en sus labios.

Me sentía culpable por ocultarle a Natt los sueños recurrentes que tenía con Mikey y la sensación constante de que él volvía, pero al mismo tiempo, no quería preocuparlo más de lo necesario. Después de todo, no es nada del otro mundo, ¿verdad? Mikey nunca volverá....

—Ya me tengo que ir, pero nos vemos más tarde en el hospital —dijo Natt, acariciando mi cabello antes de dejar un suave beso en mi frente.

—Sí, amor. Gracias por el desayuno —respondí mientras tomaba la taza de café de la bandeja.

—Adiós, reina —me dio otro beso, esta vez en los labios.

Natt se acercó a Mike, que dormía plácidamente a mi lado, y se despidió de él con la misma ternura. Nuestro pequeño dormía profundamente, como todo un campeón; definitivamente, había heredado algo de su madre.

—Os amo, os amo a los dos —murmuró para no despertarlo, antes de salir de la habitación lanzando besos con la mano. Imité su gesto, sintiendo un toque de tristeza al verlo partir. Me encantaba estar con él, y su ausencia siempre dejaba un vacío en el ambiente.

Un rato después, escuché el sonido de la puerta cerrándose, confirmando que Natt ya se había ido. Tomé mi celular para enviar los buenos días a Camila y a mis padres. Aunque no veía a Camila tan a menudo como antes, siempre nos manteníamos en contacto, cuidando de nuestra amistad.

Después de terminar el delicioso desayuno, me giré para ver a Mike, que empezaba a despertar. No podía evitar sonreír al observar cada uno de sus movimientos: los estiramientos, los bostezos, los pequeños quejidos. Cada gesto suyo era pura felicidad para mí.

Doy gracias a Dios todos los días por tener a mi niño conmigo. Por eso, me encanta observarlo mientras duerme y, sobre todo, en esos momentos en que se despierta.

—Buenos días, mi amor... —dije suavemente, tomando sus manitas y jugando con ellas un poco—. Mi bebé hermoso —morí de ternura al verlo estirarse, sus bracitos y su cuerpecito pequeño extendiéndose con pereza. Lo tomé en brazos, abrazándolo con todo el amor que sentía por él. Me gustaba recordarle cuánto lo quería y amaba.

Adicto Deseo [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora