Epilogo

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Cuando tenía veintiséis años y recién llegue de entrenar en el extranjero, comencé a dibujar sobre papel unos pequeños diseños.

Alfred los llamaba "Mis pequeños Gothams". Él quería creer que eran una especie de sueño intrépido para una Gotham perfecta que estaba fuera de mi alcance.

No quise que viera lo que en realidad eran... imágenes remanentes de una ciudad de pesadilla a la que un muchacho estúpido siempre regresaba en sus sueños durante ocho largos años.

Cientos de noches, con docenas de maestros convirtiéndome en un arma de mi propia invención. Cada noche, las torres se hacían más grandes y más terroríficas, y mi viaje a casa se hacía más largo, como si necesitara convertirme en un monstruo capaz de combatir todo lo que esa ciudad de pesadilla era.

Nunca fueron para la ciudad. Los diseños oscuros siempre fueron para mí.

Y no me di cuenta hasta que lo encontré a él... al "Mejor Detective del Mundo".

Lo rastree hasta su casa en Nueva Orleans, y cuando finalmente apareció por el pórtico del edificio, lo intercepte... pero nunca imagine lo que él me iba a contestar.

-Sé que estás ahí, anciano – le dije antes de que cerrara la puerta de su departamento – Seguí las pistas...

-Ahh, bien por ti. Ahora lárgate de mi puta casa – me contesto mientras trataba de cerrar su puerta –

-Por favor, ¡Espere!

-Me importa un demonio tu deseo de morir, niño, ¡Ahora vete de aquí!

-Usted es Henri Ducard – le dije yo con admiración. Esperaba que hablándole así me hiciera caso – Usted era el detective más grande del mundo hasta que desapareció.

-Lo haces sonar como algo noble, niño. Fui humillado y superado, así que me escondí como un niño asustadizo.

-No me importa, pase años buscándolo. Quise que usted fuera el primero en entrenarme, pero veo que será el último. Luego estaré listo para enfrentar la ciudad que...

-¿Tan pronto regresaste a Gotham? – el me interrumpió. Su mirada hizo que me estremeciera, como si el ya supiera quien era yo – ¿Crees que no sé quién eres? Puedo decir por el modelo de tu chamarra, desde que puerto de Japón has venido. Los colores con los que vistes y el corte de pelo que tienes me dicen que has sido entrenado por La Liga de los Asesinos. Las manchas de lodo en tus tenis me indican que estuviste en India, donde aprendiste a controlar los latidos de tu corazón. Los cayos de tus manos me dicen que aprendiste a forjar el metal y las cicatrices en tus nudillos prueban que aprendiste a pelear a puño limpio...

-Pare – le dije antes de que siguiera – ¿Cómo sabe todo eso de mí?

-Por que he caminado sobre este mundo mucho más que tú, muchacho tonto. Yo puedo deducir lo elemental.

-Enséñeme.

-No, creo que no – me contesto el detective. Creí que se trataba de alguna clase de enojo lo que me mostraba, o incluso creí que yo no le agradaba, pero ahora me doy cuenta de que era algo más... algo que él ya sabía – Te voy a enseñar algo que no viniste a aprender de mí. Algo en lo que vas a terminar si sigues tu camino de venganza sin sentido para llevarle justicia a una ciudad condenada. Esta es la lección más importante de todas... te voy a enseñar cómo perder.

Incluso ahora, veinte años después de eso, jamás olvide la lección de Ducard... lo que me ofreció al rechazarme.

Vi a un hombre con sus facultades intactas y que el mundo había quebrado, que no pudo sobrevivir a la pelea que el mundo le había puesto.

Batman: La Broma FinalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora