Capítulo 11: Confesiones desde el corazón.

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Nicolás

Su boca mantenía el sabor salado de sus lágrimas y me deleité con él.

Era su dolor, su vulnerabilidad, era totalmente ella sin máscaras y barreras.

Los primeros segundos que probé sus labios, estos se mantenían rígidos y quietos, no hubo movimiento alguno, como tampoco de su cuerpo que se quedó tenso ante mi atrevimiento. Pero no lo soporté más, no había manera de que pudiera contener el calor que se acentuó en mi pecho y se intensificó mientras veía a la morena frente a mí.

Pudo obtener dos reacciones de mi parte, esta era la menos salvaje, porque la otra, hubiera terminado con su bonito cuello mancillado por la rudeza de mis dedos.

Y no, no quería lastimarla, al menos no así.

Elegí apretarla contra mí y robarle un beso que los primeros segundos solo fue de mi parte, sin embargo, no desistí y cuando intentó retroceder y golpearme el pecho con los puños, mi agarre se intensificó y le hice saber en un solo gesto que no la soltaría hasta que me permitiera sentir esa boca descarada ir al compás de la mía.

Sin tener más alternativa, cedió, poco a poco lo hizo. Soltó su cuerpo, este quedó lánguido y a mi disposición, le rodeé la cintura con el brazo y mi mano se quedó en el mismo lugar, justo en su nuca, con algunos mechones atrapados entre mis dedos que no se detuvieron de acariciar las hebras gruesas y sedosas.

Moví la boca con rudeza, no hubo delicadeza en mi tacto, la besé con posesividad, iba por todo mientras mi lengua recorría el contorno de sus labios y mis dientes mordían el inferior arrancándole un jadeo bajo que no logró contener y acabó en mi garganta.

El fuego que antes sentí se dispersó de inmediato por todo mi cuerpo, su aliento lo hizo crecer, sus jadeos lo expandieron y lo sentí fluir sobre mi vientre bajo, yendo directamente a mi entrepierna, donde mi pene se endureció y se lo hice sentir frotándome contra su abdomen.

Era la primera vez que robaba un beso, que demostraba tanta intensidad. No sabía si se trataba de su negativa al besarme o el hecho de que esta maldita me tenía loco desde que la conocí, pero aquí estaba, arrebatándole algo, marcándola con mis besos; me adueñé de ella, al menos durante el tiempo que nuestras bocas estuvieron unidas, y el que haya disfrutado demasiado de ser su dueño, definitivamente le traería problemas.

Cuando me obsesionaba, no veía nada más que no fuera el centro de mi obsesión, consumía, devastaba, volvía todo una catástrofe en la que no quedarían ni cenizas.

Mariana estaba en el ojo del huracán y lamentaba que fuera así, porque no tendría suficiente con un beso, quería su cuerpo y por qué no, también su corazón, aunque solo me sirviera para admirarlo antes de acabar con todas sus pulsaciones.

De pronto, el oxigeno pareció faltarle, sin embargo, no retrocedí un solo milímetro, mi boca continuaba rozándose con la suya, sus ojos envueltos en un aura de pasión y odio. Ella me detestaba tanto como deseaba y en estos momentos ignoraba qué sentimiento era el más grande y de verdad no me importaba.

—Aléjate de mí —siseó en voz baja y amenazante—, y no vuelvas a besarme.

—Lo que pasó se volverá a repetir y no solo llegará hasta ahí —aseguré, mi agarre poco a poco cedía.

—No te hagas ilusiones —escupió aún desorientada—, si me tocas otra vez, te juro que nuestro trato se acaba.

Una pérfida sonrisa asomó mis labios y la escuché gimotear cuando mi brazo la estrujó con mayor vehemencia.

Gris oscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora