Capítulo 3: Extraños no invitados.

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Mariana

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Mariana

Llegué con prisa al periódico. Apenas estuve el tiempo suficiente en casa, me duché y vestí y vine para acá. Me sorprendió no encontrar a Julián, se suponía que hoy descansaba, pero no tuve tiempo de llamarlo, Yuly, mi jefa, ya me esperaba.

En cuanto arribé, fui directamente a su oficina, cuando me vio entrar, casi soltó un suspiro de alivio.

—Al fin llegas —dijo ansiosa. Tomé asiento frente a ella—. La entrevista está lista para publicarse, pero primero debo advertirte, Mariana.

—Sé lo que vas a decirme.

—La mención sobre nuestro presidente es grave, podría tratar de demandarte —apretó el ceño—, si bien te va.

—Si quiere que lo haga. Ferrer dio una respuesta que se puede interpretar de muchas maneras, si las personas lo hacen de una forma negativa, por algo será.

Talló el puente de su nariz y se retiró las gafas, sosteniéndolas en su mano y apuntándome con su dedo índice.

—Podemos omitir esa pregunta, el resto de la entrevista será igual de importante, Ferrer jamás había dado una entrevista, centremos la atención en eso y no en desviarla a Elías.

—Sabes que mi interés no era Ferrer, sino Elías —incliné mi cuerpo hacia al frente, con todo el rencor que sentía acumulado en mis ojos—, él mandó a matar a mi papá, por eso gobierna nuestro país, si mi papá hubiera sacado a relucir las pruebas que tenía contra ese cretino, hoy estaría en la cárcel.

Guardó silencio, consciente de que cada palabra que salía de mi boca era la pura verdad. Yuly me conocía y sabía que no me detendría, pasé años buscando las conexiones, preparándome, a la espera de una oportunidad, esta vez que al fin la tenía, no iba a dejarla pasar por cobardía. Sin importar que mi vida estuviera en riesgo, comenzaría a hacer ruido contra Elías, haría que el mundo pusiera sus ojos en él de nuevo, pero esta vez habría un cimiento solido que respaldaría las habladurías y no quedaría solo en lo que un loco decía, como llamaron a mi padre.

—¿Estás segura? Te aprecio demasiado, Mariana —dijo con pesar.

—Sí —sentencié sin titubear. Yuly asintió y se reclinó sobre su silla.

—Bien, publicaremos la entrevista completa, pero tú tendrás custodia las veinticuatro horas del día y si me dices que no, detendré esto —habló deprisa, antes de que pudiera replicar.

—De acuerdo —accedí sin más.

Me puse de pie y abandoné su oficina, sintiendo este pequeño triunfo como algo sumamente gratificante, había dado un paso más para limpiar la memoria de mi padre y hacer de su muerte algo que valiera la pena.

Defender nuestros ideales y alzar la voz contra las injusticias, no debería sentenciarnos a muerte.

Entendía que muchas personas tuvieran miedo, yo también lo tuve cuando asesinaron a mi padre sin que yo pudiera hacer nada, sin embargo, la sed de justicia pudo más que cualquier temor. No se trataba de venganza, no quería eso, quería un castigo para los culpables y una luz de esperanza para aquellos agazapados en la oscuridad por producto del miedo.

Gris oscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora