Capítulo 12: El amor de una madre.

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Mariana

La ausencia de Nicolás me permitió pensar con un poco más de claridad, con su presencia aquí era incapaz de concentrarme. Había demasiadas cosas en mi cabeza, comenzando con lo que estuvo a punto de sucederme.

Aún podía sentir el líquido caliente de la sangre derramándose a través de mis dedos y la adrenalina que me recorrió mientras lo asesinaba. No me arrepentía, pero el peso de haber arrebatado una vida no era tan ligero en la consciencia y no sabía cómo lidiar con ello, tampoco con la marca de sus manos en mi piel, los vestigios de aquella escena me perseguirían por mucho tiempo y yo solo quería arrancármelos de la cabeza.

Después, estaba Nicolás, él y su atrevimiento al besarme y mi rendición al responderle. Me negaba a profundizar en ese beso que causó estragos en mí porque me había gustado más de lo que algún día iba a poder admitir en voz alta. Y estaba mal, muy mal. Mi boca solo besó unos labios y esos eran los de Julián; el remordimiento me molestaba demasiado, porque sin importar como hayan sucedido las cosas, yo respondí a ese beso y lo disfruté sin pensar en nada más.

Y al final estaba ese momento de Nico en la habitación, aquella confesión que me tomó desprevenida y me hizo sentir culpable en una pequeña parte; juzgaba y señalaba, asegurando cosas sobre personas que no conocía realmente solo por lo que mostraban en la superficie, era prejuiciosa y sabía lo mal que estaba. Continuaba con la duda sobre la decisión de Nicolás, no me explicaba por qué me contó tal cosa, era algo privado, aunque quizá solo lo hizo para hacerme sentir mal y causar un poco de lastima. Suspiré y negué despacio.

No, Nicolás no era de los hombres que iban por ahí causando lastima.

Restregué las manos contra mi cara, frotándolas una y otra vez, cansada y agotada mentalmente por todo el tumulto de cosas que tenía encima. Tan fácil que sería para mí el pedirle a Nicolás que me entregara la cabeza de Elías, pero entonces el castigo no sería mío, sino suyo, y la promesa debía cumplirla yo, mi orgullo no podía verlo de otra forma, no podía fallarle a mi padre y a nuestro apellido.

Elías sería castigado por una Alcázar, sí o sí.

Escuché el portón abrirse, anunciando la llegada de Julián y dándole fin a mis pensamientos y contradicciones. Eran las ocho de la mañana, Nico se fue hacia unos quince minutos y yo planeaba irme ya mismo, pero al parecer, tendría que quedarme un poco más.

Cerré la portátil y guardé todo en su lugar; si Julián descubría lo que quería hacer con Garza y el Cartel de Jalisco, seguro me encerraba bajo llave, consciente de que prácticamente sería un suicidio, claro, si no contabas con el apoyo de un narco poderoso, pero eso era algo que no podía decirle a mi novio.

Me incorporé de la silla justo cuando él entró a la casa. Su rostro reflejaba el cansancio de la noche anterior, se veía exhausto; el enojo por su ausencia se disipó un poco.

Gris oscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora