Capítulo 7: El fuego que fluye en sus ojos.

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Anduve ocupada estos días, pero aquí tienen su merecido capítulo🖤🤍no alcancé a hacer edits ni nada, una disculpa🥺

Nico

Su pulso estaba descontrolado, podía sentirlo bajo la yema de mis dedos.

El calor se acumulaba en la piel que mantenía presionada, la sangre se movía con celeridad, había nerviosismo, pero no miedo; mi toque era gentil, pero dominante, su carácter se negaba a dejarse doblegar, me costaría hacerlo pedazos, difícil, mas no imposible.

Bajé la vista un segundo al tatuaje de la Santa Muerte de su brazo y el colibrí de colores que relucía en el mío. Cualquiera diría que los tatuajes estaban invertidos, pero ese pequeño colibrí significaba victoria en la vida, era un amuleto que rivalizaba contra la muerte de la que ella era creyente.

Ambos estábamos lejos de poder coincidir en algo, resultaba interesante como siendo tan distintos existiera esa atracción que tiraba de nosotros, porque sabía que le gustaba y me deseaba, que, si no fuera por su novio, esta noche estaría teniendo un rumbo muy diferente.

Retiró el brazo momentos después, cuando su pulso se descontroló todavía más. Sonreí de lado y retrocedí con lentitud, cogí la copa y bebí despacio el vino mientras ella acababa el líquido de golpe. Reí y le serví más, incluso cuando no lo pidió. Volvió a beberlo sin mirarme; enarqué una ceja y rellené por tercera vez su copa. Ya le pasaría factura el efecto cuando se pusiera de pie, este vino era engañoso, suave y delicado, embriagaba silenciosamente.

Me dediqué a cenar en silencio, ella me imitó. No pude averiguar si la cena le gustó demasiado o tenía mucha hambre, ya que terminó todo lo que puse en su plato; al final, limpió sus labios y bebió la cuarta copa de vino.

—¿Qué tal estuvo? —Pregunté solo por molestar. Se encogió de hombros.

—La de mi mamá es mejor.

—¿Y ella en dónde está? —Solté, levantándome de la mesa cuando Mariana lo hizo con su plato. Estrechó los ojos.

—Como si no lo supieras.

Dejé salir una risa y la acompañé a la cocina, dejamos los platos en el lavabo y volví por las copas, las llené de nuevo mientras Mariana lavaba lo que ensuciamos con rapidez. Estaba ansiosa de que me fuera.

—Tu refrigerador está vacío —comenté, regresando a su lado.

Puse la copa en su mano cuando terminó de secárselas, observó el líquido y luego a mí.

—Si crees que lograrás ponerme borracha, estás equivocado. He bebido desde los quince.

—No sé por qué no me sorprende —mascullé, acorralándola entre el lavabo y mi cuerpo—. ¿Crees que quiero embriagarte para abusar de ti?

—¿No es lo que personas como tú hacen? —Replicó, bebiéndose el vino de un trago sin apartar los ojos de mi cara.

Como le gustaba retarme, y como me encantaba que lo hiciera.

—Tráfico y mato, no violo —refuté, apretándola más con mi pecho—, me gusta que mis mujeres disfruten de lo que les hago —di un sorbo al vino y relamí mis labios, mirando los suyos—, porque me pone duro verlas gemir y mojarme la verga con sus orgasmos.

Tragó grueso ante mi cero sutiliza para decir las cosas, a la vez que se estremecía bajo mi tamaño y un suave jadeo traicionero escapaba de su boca. Quería besarla, besarla ya mismo, para después quitarle esas prendas y cogerla contra la pared. Carajo que lo haría si me lo pedía.

—Eres un vulgar.

—No dirás lo mismo cuando te esté cogiendo —incliné mi boca contra su oído—, mis palabras vulgares te humedecerán las bragas.

Gris oscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora