Capítulo 20: Hasta que deje de respirar.

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Un capítulo con muchas emociones. Déjenme su comentario bonito🖤🤍

Nicolás

Mariana había dicho que sí.

No desaproveché un segundo. Fui al encuentro de su boca y ella pudo sentir la necesidad agresiva que desprendía en los roces bruscos y desesperados a los que sometí a sus labios.

Apretándola contra la pared, mis manos se asían a su piel como si fuera el ancla que me mantenía en pie, la tenía sometida entre la amplitud de mi torso, consumiéndola sin poder obtener suficiente de sus besos, mi lengua recorrió el labio inferior y al morderlo, Mariana cedió y me dio acceso a la profundidad de su boca. Saboreé su saliva y dancé con su lengua, ejercí dominio y mis dedos tiraron de las hebras mojadas de su cabello, arrastrándola más cerca de mis labios hambrientos.

Sabía que requería llevar aire a sus pulmones, pero no me atreví a separar nuestros alientos, ella luchaba por tomar un poco de oxígeno mientras seguía marcándome la espalda con las uñas en un acto que me puso más duro. Saber que sus marcas estarían ahí, desencadenaba una oleada de placer posesivo, un recordatorio de que la tuve y ella me hizo suyo.

Estiré el brazo y cerré el grifo sin apartarme un solo segundo de su boca. La agarré bien del culo y sin dificultad la arrastré fuera de la ducha con sus piernas rodeándome la cadera y su pecho agitado y ardiente resistiendo la poca falta de oxígeno.

—Estás mojando mi piso —se quejó entre pequeños intervalos.

—Tu piso es lo que menos me importa ahora.

La dejé caer sobre la cama, conmigo entre sus piernas. Había gotas de agua rociadas a través de su piel preciosa y tersa, desprendía un brillo precioso y quise lamer cada una de ellas. Por la mirada que Mariana me daba, supe que ella quería lo mismo. Sus ojos más oscuros que antes, daban un recorrido exhaustivo de mi cuerpo, me tocó los pectorales y el leve roce de sus uñas me arrancó un siseo y a mi periodista una sonrisa maliciosa.

—Te excita que te arañe la piel.

—Tengo una debilidad con eso —confesé. Sonrió de lado y continuó descendiendo con sus palmas abiertas y curiosas, detallaba mi cuerpo como siempre quiso.

Trazó la línea de los músculos de mi abdomen marcado y firme, uno a uno de los cuadros que sobresalían, terminó en la hilera de vello bajo mi ombligo que la condujo hasta mi pelvis; mirándome a los ojos, sostuvo mi pene en su mano; otro siseo salió de mi garganta y me quedé quieto, con la vista en sus dedos delgados y largos tratando de cerrarse en torno a mi dureza, agitándose de arriba abajo, me masturbaba despacio y supe que debía detenerla, porque de seguir así, no dudaría mucho.

La deseaba demasiado. Desde que la vi.

—Eres grande.

—¿No te cabe? —Presionó los dedos, apreté los dientes y tensé el cuerpo.

—Averígualo, Nico. —Carajo.

—Ese tono que usas para decir mi nombre. Joder, amor, podrías pedirme el mundo y te lo daría sin dudar.

La observé, mi pecho agitado y mi deseo a punto de estallar.

—Por ahora me conformo con esto —frotó la punta de mi pene con el pulgar—, tómame, Nico, tómame antes de que me arrepienta. —Sonreí de lado.

—Haré que te arrepientas —aparté su mano y la abracé entre mis dedos, ejercí presión en ambas muñecas, inmovilizándola—, pero de haber demorado tanto en pedir que te haga mía.

Lamí cada gota a mi alcance, inicié con la curva de su cuello y seguí con su garganta, escuchándola jadear mientras saboreaba su piel firme y dejaba un rastro de mi saliva en ella; mi parte favorita la encontré en las pequeñas montañas que eran sus senos, tan perfectos y redondos, con unos pezones duros y un color un poco más claro que el resto de su piel bronceada. Me prendí de ellos, chupándolos y mordiéndolos, los sostuve entre mis dientes y mi lengua los castigaba muy lentamente.

Gris oscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora