Capítulo 1: Decisiones que condenan.

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Mariana

No me gustaba visitar la ciudad de México.

El tráfico era lo peor, entre otras cosas, pero no hablaría mal de mi país. Sin embargo, no importaba lo mucho que me disgustara viajar, en esta ocasión valía la pena el hallarme aquí.

Esperaba sentada dentro del penal del Altiplano en el municipio de Almoloya de Juárez, Estado de México. Había viajado desde Puebla hasta acá solo para cumplir con una de mis metas: entrevistar a Nicolás Ferrer. Un narcotraficante de origen colombiano y con raíces mexicanas, de los más peligrosos delincuentes que podía albergar esta cárcel, fue muy complicado que me permitieran entrevistarlo, pero fue incluso más difícil que él haya accedido.

Mi pierna se movía de arriba abajo mientras esperaba al guardia que me daría acceso a una de las celdas donde tendría una entrevista por la que venía trabajando desde hacía un año, y no solo yo, había un montón de periodistas que la querían, pero por alguna extraña razón y un gran golpe de suerte, ese hombre me eligió a mí.

Esta sería la oportunidad de mi vida, el poder ser reconocida en todo México y quizá también en otros países, soñaba con esto desde que me convertí en periodista.

Hubiera querido que mi padre lo presenciara.

—Señorita Alcázar —me levanté de golpe al oír mi nombre—, sígame, por favor.

Agarré bien mi grabadora y fue todo lo que llevaba encima, debían tener un control absoluto y ser bastantes estrictos para que pudiera ingresar, Ferrer era un hombre peligroso, un asesino despiadado que llevaba muchas muertes encima, creó un imperio que pudo eludir a las autoridades por años, pero desde hace casi seis años, fue capturado y encarcelado. Hasta el momento, era uno de los reclusos con mejor comportamiento y por supuesto, su celda tenía lo mejor, eso lo sabíamos todos por más que el gobierno lo negara, Ferrer no era un preso más.

—Mantenga la distancia con el recluso —ordenó el guardia mientras le seguía por un pasillo blanco y austero—, no se permite el contacto de ningún tipo, habrá oficiales observando a cada minuto y si lo creen necesario, intervendrán.

—Comprendo, oficial —murmuré nerviosa.

Al final, se detuvo frente a una puerta metálica, afuera había más custodios y más allá de ellos se encontraban otros. Entonces, abrió la puerta para mí con un circuito de seguridad bastante avanzado, me invitó a entrar y posteriormente cerró detrás de mí. Inhalé hondo el olor a cloro de la habitación angosta en la que estaba y que parecía engullirme.

Había un vidrio de doble vista a mi izquierda, supuse que los oficiales estarían observando a través de él, también una mesa metálica situada en el medio y sujeta con vigas al suelo. Tomé asiento frente a una puerta que se veía más reforzada y por donde minutos más tarde, ingresó Nicolás.

El hombre era más alto de lo que podía verse en fotografías y empequeñeció aún más el espacio; de hombros anchos que guiaban a unos brazos fuertes y marcados, terminando en un par de manos grandes y varoniles, de dedos largos y perfectos, sus muñecas se mantenían sujetas a unas esposas y estas a una cadena que acababa en sus pies que también iban apresados, brindaban cierto esbozo de tranquilidad y seguridad.

Usaba una camiseta blanca ajustada y unos pantalones en color caqui; recorrí su musculatura hasta llegar a su cara enmarcada por facciones hermosas, pero duras, llevaba el cabello largo, acariciándole la línea tensa y rígida de sus hombros.

Lo que más llamó mi atención fue el gris de sus ojos, un gris oscuro muy peculiar, su piel bronceada acentuaba de alguna manera ese líquido que parecía tener plomo derretido en ella.

Gris oscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora