Capítulo 44: Siempre he tenido miedo.

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Holi, ha pasado bastante tiempo, espero estén por aquí🩶

Nico

Debajo del entumecimiento que recorría mi cuerpo, percibía la sujeción suave y cálida de sus dedos, me ayudaba a olvidarme del dolor que punzaba de vez en cuando a través de toda mi anatomía que parecía estar al rojo vivo, completamente en llamas. Incluso al no estar consciente del todo, sabía que se trataba de Mariana, era capaz de reconocer su tacto por encima de cualquier otro. Y de pronto, no me importó donde estuviera ahora, solo el hecho de que ella se hallaba conmigo.

Ansioso por mirarla, no permití que las sombras me arrastraran de nuevo al abismo en el que estuve perdido. Sentía sus tentáculos infligir su fuerza, se clavaban en mi carne y la hacían estallar de dolor, incitándome a dejar de luchar y rendirme a la inconsciencia. Sin embargo, me negué a irme otra vez. La sujeción en mi mano se volvió más sólida y el sonido de leves gimoteos me hicieron abrir los ojos.

La luz se filtraba por los agujeros de la ventana, demoré un momento en acostumbrarme al ligero brillo y comprender de dónde provenía el sonido que me arrastró lejos de un sueño inquieto. Distinguí el casi nulo peso y el calor que desprendía la piel de la mano que apretaba la mía con solidez.

La figura de Mariana se encontraba en una posición incómoda, sentada en la silla, con la mejilla sobre el brazo apoyado en la camilla; una gasa le cubría casi la mitad de la cara, al verla recordé que no fui el único que acabó con heridas y no pude evitar sentir la quemazón de la ira corrosiva que estrujó mis entrañas, ira no solo dirigida al mal parido de Elías, sino también conmigo mismo por no haber podido protegerla cuando se lo prometí.

Con cuidado, toqué su frente, el sudor pegado a ella mientras ligeros espasmos sacudían su cuerpo frío y su respiración se basaba en fuertes jadeos. Enseguida supe que estaba teniendo una pesadilla.

—Amor —sacudí suavemente su figura—, mi amor, despierta, estás teniendo una pesadilla.

Su figura titiritó un poco más antes de que irguiera la espalda y abriera los ojos de forma súbita. Vi el horror y la desesperación grabados en el chocolate oscurecido y me afligió en sobremanera darme cuenta de lo herida que estaba. Le tomó un par de segundos recobrar la compostura y asimilar el entorno.

Apretó los parpados y sacudió la cabeza como si de esa manera pudiera alejar las pesadillas que la torturaban; al volver a abrirlos, posó su mirada en mí y el alivio surcó sus rasgos.

—Nico.

Mi nombre sonó como la más hermosa melodía viniendo de sus labios. En un instante tuve su cabeza apoyada en mi pecho y sus brazos rodeándome la musculatura como mejor pudo. Mis heridas resintieron el movimiento repentino, pero no la aparté. Con esfuerzo abracé su figura y al sentirla junto a mí pude darme cuenta de lo mucho que la había necesitado. Incluso ante mi condición, estaba en paz al tenerla conmigo y a salvo.

—Nunca vas a dejarme otra vez —sentencié—, no dejaré que vayas a ningún lado, Mariana. Prefiero morir que perderte.

—Ni yo permitiré que te aparten de mi lado. No te van a dañar, Nico, ni a ti ni a nuestro hijo.

Ante la mención de nuestro hijo, me aparté bruscamente de ella y la miré alarmado.

—El bebé, Mariana, ¿tú y él están bien? —Me sonrió con ternura.

—Estamos bien, Nico.

Obvié el dolor en mis dedos cuando los hundí en su piel. La alegría que sentía antes de desmayarme, ahora se pronunciaba con mayor fuerza. No esperaba esto, no buscaba tener un bebé con Mariana, pero el que ella fuera a hacerme padre, me hacía experimentar una felicidad indescriptible. Me hizo ver cuánto deseaba tener un hijo que llevara su sangre y la mía. No podía ser de otro modo.

Gris oscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora