Capítulo 25: Te quiero.

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Nicolás

No dejaba de mirarla mientras Johan le mostraba las pruebas contra Elías.

Mariana no apartaba la vista de la pantalla, mantenía el ceño fruncido y asentía despacio. Había notado que se mordía las uñas cuando estaba ansiosa, nerviosa o preocupada, justo lo que hacía ahora, acabó con la uña de su pulgar y siguió con la del índice. La reprendí un par de veces, las mismas que me ignoró, probablemente tendría que atárselas detrás de su espalda para que dejara de lastimarse los dedos.

Hacia un par de horas llevo a cabo la ejecución de Julián y para ella fue como haber hecho cualquier cosa, me tomó desprevenido la tranquilidad con la que actuaba después de asesinarlo, me cuestioné sobre si su ausencia de remordimiento o interés era una manera de protegerse, como lo fue la ira cuando mató al sujeto que quiso violarla, al final de cuentas, todos reaccionábamos de una manera distinta ante situaciones perturbadoras o traumáticas.

Desde que despertaba gritando por las pesadillas, la idea de traer a un psicólogo me resultó atractiva y necesaria, estaba preocupado por su salud mental; más tarde iba a proponérselo, esperando que no lo tomara a mal y que, si accedía, pudieran ayudarla con lo que sea que estuviera atormentándola.

En la prisión asistí a terapias, pero no me sirvieron de mucho, continuaba dentro del mismo mundo violento, lo cual no me dejaría avanzar, y después de todo, me encontraba bien con la mierda que sacudía mi cabeza. Hasta el día de hoy había podido conciliar el sueño sin que los remordimientos aparecieran, pero con Marina era distinto, ella no llevaba toda una vida en medio de sicarios, castigos y muerte, tuvo normalidad, dentro de lo que cabía, las circunstancias la colocaron en esta posición; así que probablemente los resultados serían diferentes.

—¿Elías sabe que tienes todo esto en tu poder? —Miré a Mariana desde la silla detrás de mi escritorio.

—No, pero no es tan estúpido para confiar y asegurar que no hay pruebas en su contra.

—¿Cuándo podemos usarlas? —Averiguó, cruzándose de brazos.

Recorrí la línea de sus músculos femeninos, tenía los brazos firmes y duros, resultado de sus entrenamientos en el gimnasio, el mismo que dejó por falta de tiempo, pero la evidencia de su esfuerzo seguía impresa en las curvas solidas de su cuerpo. Su complexión era atlética y demasiado atractiva para mí o cualquiera.

—Cuando quieras, amor —contesté, absorto en su mirada oscura. Asintió y regresó su atención a Johan.

—Tenemos que tener cuidado de cómo ponemos esto en las redes, hay un tipo que da el noticiero de las diez, nunca ha sido fan de Elías —dijo pensativa, ideaba y me gustaba verla planear su venganza, tanto como verla matar—. Podríamos enviarle algunas pruebas, hacerlo con diferentes noticieros, quiero llenar las pantallas de México con la corrupción de Elías, que se hunda, aunque no sea yo quien se lleve los créditos.

Gris oscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora