Capítulo 22: A mi modo.

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Vengo de madrugada, espero disfruten el cap🤍🖤

Mariana

El techo era de un bonito color crema.

La cama era la más cómoda en la que había estado, las sabanas olían a limpio y mantenían un ligero aroma varonil que me resultaba familiar. Sin embargo, no conocía nada de la habitación donde desperté. Tenía el suelo de madera clara, paredes del mismo color del techo, una ventana amplia que mantenía las cortinas abiertas, dejándome ver parte de la vegetación que se alzaba en dirección al cielo despejado. Había mucho sol.

Intenté incorporarme, pero el dolor en mi costado me doblegó, una punzada agónica me recorrió el cuerpo y se centró en la parte posterior de mi cabeza. Efectué una mueca y volví a tomar impulso, logrando mi cometido esta vez.

Soportando el dolor, obligué a mi cuerpo a deslizarse fuera de la cama, el suelo estaba cálido a mis pies, como si estuviera aclimatado para no molestar a la hora de levantarse, porque del resto de la habitación se hallaba a una temperatura agradable.

Reparé en la ausencia de ropa en mi cuerpo, solo llevaba una camiseta encima, era muy suave, pero no lo suficientemente larga para cubrirme hasta por encima de mi trasero. Confundida, avancé hacia la ventana, llevándome una sorpresa al observar el paisaje que tenía delante de mí.

Había un montón de vegetación hacia cualquier dirección que mirara, ni rastro de alguna carretera o camino que condujera a algún sitio habitable. Todo lo que veía era verde y altas bardas de concreto extendiéndose sin fin, rodeaban toda la propiedad y más allá, podía asegurarlo. Casi pude distinguir unas torres similares a las que había en las cárceles, vagamente me pregunté si también había gente dentro de ellas vigilando.

—¿Qué haces de pie?

El movimiento brusco potencializó el dolor en mi cuerpo, emití un quejido lastimero y Nico enseguida se acercó, sosteniéndome de la cintura y arrastrándome de vuelta a la cama.

—No puedes andar de pie, Mariana.

—¿Dónde estamos? —Pregunté, obedeciéndolo, la verdad era que si me dolía mucho el cuerpo.

—En mi casa —me le quedé mirando—, en Colombia —añadió ante mi pregunta no formulada.

—¿Me sacaste del país? —Balbuceé, consternada.

—Fue necesario, estás en peligro.

Se sentó a mi lado, tomándome de la mano. Me dio un momento mientras rememoraba los acontecimientos que me dejaron en esta posición. Entre más indagaba en mis recuerdos, más se acrecentaba el miedo y la culpa. Recordaba estar frente al periódico, discutir con Julián, el mensaje de Nico, luego el caos.

Gritos, estruendos, sirenas. El olor de los cimientos desvaneciéndose, el calor de las llamas, mi nombre en sus labios, el dolor azotándome el cuerpo. El edificio cayéndose a pedazos, envuelto en fuego, quemándose con mis colegas dentro de él.

—No —negué despacio, consciente de lo que pasó—, dime que están bien —supliqué en un intento en vano. Ambos sabíamos que de ahí nadie salió vivo.

Bajó la mirada un segundo, dándome un apretón más fuerte en la mano.

—Lo siento, amor —tensó la mandíbula—, no hubo sobrevivientes —terminó de decir en voz alta lo que yo ya sabía.

Incluso así, la impresión me doblegó; un jadeo escapó de mi boca, como si acabaran de golpearme en el estómago. En mi mente había una voz que no paraba de repetir que esto era mi culpa. Yo desafié al peligro por buscar justicia sin detenerme a pensar en las consecuencias que desataría para quienes me rodeaban.

Gris oscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora