Capítulo 39: Lo que vale la pena defender.

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Muchísimas gracias por estar comentando mucho🥹🩶hacen bien bonitos mis días.

Nico

Murmullos en un idioma que no logré reconocer llegaban a mis oídos.

Podía asociarlo con algún país de Asia, si no me equivocaba, eso tendría sentido debido a la reciente alianza que Elías hizo con algunos talibanes. Contaba con la certeza de que me trajo hasta aquí para que fueran ellos quienes se hicieran cargo de mi tortura, además de la seguridad que le proporcionaba el estar en este país cuando era un fugitivo en México. Podía estar a salvo del caos mediático que desató Mariana en su contra escondido en esta ratonera, pero no sería suficiente para detenerla a ella, la conocía lo suficiente para saber que vendría hacia acá.

Solo esperaba que Johan contactara a Maia a tiempo, me preocupaba el estado en el que Elías dejó a Mariana, no paraba de pensar en eso desde que recobré la consciencia.

Lo que me harían sería peor que la muerte, pero lo resistiría, aguantaría lo más que pudiera hasta que ella estuviera bien.

Me concentré en avaluar mi situación, que no era la mejor. Me tenían privado de la vista, con una capucha cubriéndome la cabeza, empapada de agua y mi sudor. El dolor no se pronunciaba con la suficiente fuerza para hacerme agonizar, pero mi costado resentía la brusquedad del trato que se le dio. La herida de bala ya casi sanaba, ahora la zona fue violentada y eso hacía que comenzara a ser una molestia.

Moví mis manos, enseguida me percaté de las ataduras en mis muñecas, tenía los brazos estirados por encima de mi cabeza, los dedos de mis pies apenas rozaban la superficie del suelo, lo que hacía más agotadora la posición; me habían desnudado y el agua fría que vaciaron en mi cuerpo fue lo que me trajo de vuelta de la inconsciencia. Si no quisiera desollarlos, casi podría sentir admiración por sus métodos. Quitarle la ropa a tu prisionero lo dejaba en un estado de vulnerabilidad que debilitaba mentalmente, comenzaban a joderte la cabeza antes de hacerlo con tu cuerpo.

Ahora mismo estaba débil y herido, en completa desventaja. Incluso así, me hallaba en alerta, atento a las sensaciones y las voces, apreciaba los pasos que iban y venían. Había gente vigilándome, eran aproximadamente cinco sujetos, diferenciaba el crujir de la suela de sus calzados y los tonos de su voz. Hablaban con fluidez y reían, me frustraba no entender lo que decían.

Sin embargo, mencionaban apellidos que alcancé a captar a pesar de la rapidez de su idioma. El primero fue Zuhair; sabía que se trataba de un apellido, logré ubicarlo gracias a la gran Organización de la que era dueño, ignoraba si él tenía que ver con mi estado y por el momento no había forma de averiguarlo, aunque de ser así, me encontraba aún más jodido.

También hubo dos nombres más que escaparon de su plática: Meunier y Draxler. De ellos no pude encontrar nada en mis recuerdos, no los ubicaba, pero los memoricé, solo por si llegaban a ser de ayuda. Cualquier cosa, por mínima que fuera, podía servirme.

Oí el chirriante sonido de las bisagras de una puerta al ser abierta y enseguida capté la presencia de Elías, reconociéndolo por su acento. Segundos después ingresó al sitio donde me encontraba y no pasó mucho para que alguien me quitara la capucha de la cabeza.

La sonrisa de Elías fue lo primero que vi en cuanto mis ojos se acostumbraron a la escasa luz del cuartucho donde me tenían prisionero. Colgado del techo y desnudo por completo, era una presa fácil para él, ambos lo sabíamos y no perdió ni un solo instante para recordármelo a través de su expresión victoriosa.

—Ya era tiempo de que despertaras —se posicionó delante de mí—, has retrasado mucho tu tortura, porque sabes lo que se te viene encima, ¿verdad? No es necesario que entre en detalles.

Gris oscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora