Capítulo 30: A ella sí.

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Mariana

Al despertar, encontré la figura de Nico moviéndose a través de la habitación de invitados en la que descansé parte de la madrugada y medio día, según lo que decía la hora en mi reloj.

Él se veía bien, no parecía el hombre que dejé hacia unas horas sobre una camilla totalmente inconsciente y pálido. No mostraba un atisbo de dolor mientras se ponía ropa limpia, ni un solo indicio de que le hayan disparado, a no ser por el vendaje que apretaba su abdomen y se ocultó bajo la tela de la camisa blanca que se terminaba de abotonar.

Tomé asiento en la cama, me quedé solo con la ropa interior encima, el vestido que usé tenía sangre seca, prácticamente estaba arruinado, pensaba usarlo otra vez, pero al ver las bolsas con la marca de una prestigiosa tienda de ropa encima de la cama, supe que no sería necesario.

—En cuanto termines de arreglarte, nos vamos —anunció Nicolás, no me miraba, estaba demasiado ocupado metiéndose la camisa dentro del pantalón.

—Te acaban de disparar, Nicolás. —Efectuó una mueca cuando pronuncié su nombre completo.

—Estoy bien, Mariana —zanjó.

La tensión entre nosotros era densa y asfixiante. Él también la sentía, pero el silencio que me daba me hizo saber que no pensaba hacer nada al respecto. Lo dejaría así. Lastima que yo no pudiera quedarme callada, ese sí era mi plan mientras él se reponía de sus heridas, no era una inconsciente para presionar con mis preguntas cuando sabía que le acababan de disparar y se encontraba mal, pero dado que, se veía bastante bien y lo había corroborado hacia unos segundos atrás, no iba a dilatar esto por más tiempo, aun en contra de lo que Nicolás esperaba.

—¿Sabes quiénes nos atacaron y por qué? —Averigüé, poniéndome de pie. Terminó de ajustar la hebilla del cinturón. Seguía evadiendo mi mirada.

—Ya me hice cargo, no te preocupes por eso.

—No fue eso lo que te pregunté —espeté, cruzándome de brazos. Él me dio la espalda y fue por la chaqueta del traje.

—Déjalo estar, Mariana. Ya lo he solucionado.

—Sabes por qué estoy insistiendo, Nicolás. —Alzó los hombros, inhalando hondo mientras se colocaba la chaqueta—. Aunque puedo ayudarte, si es que tu cerebro no consigue entenderlo —la rabia bordeaba mi tono de voz y no me molesté en ocultarlo—, ¿quién era la mujer que te disparó?

—No es importante —siseó, la tensión se acumuló en los músculos de su espalda.

—No estés jodiendo conmigo —escupí con dureza—, dejaste que te disparara y no hiciste nada al respecto, ¿por qué la estás protegiendo? ¿Quién es ella? —Repetí la pregunta con más desesperación.

—Ya te dije que no es importante, Mariana.

—No quiero saber si lo es o no, solo dame una puta respuesta, Nicolás.

—Para de insistir con eso, ella es un tema del que yo me haré cargo. No preguntes más por favor. No ahora.

Se escuchaba cansado y hasta cierto punto, agobiado. Todo esbozo del hombre que siempre era, no estaba más. Hoy lucía preocupado, triste, ni siquiera se encontraba enfadado, y lo peor es que no tenía nada que ver con las heridas que llevaba en el cuerpo, todo este cambio en él era por esa mujer. Ambos lo sabíamos y la curiosidad y los celos me estaban matando lentamente. Si él no me daba una respuesta sincera, iba a explotar y no sería lindo.

—Siempre me has hablado con la verdad, siempre me has dicho las cosas a la cara —dejé caer los brazos sobre mis costados—, eres la única persona que no me ha ocultado nada, porque todos a mi alrededor me han traicionado, por favor, no cambies eso, Nicolás.

Gris oscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora