Ana llegó relativamente temprano, con el fin de dirigirse al pueblo, pues, ahora más que nunca, debía cruzar unas palabras con el mecánico, al fin y al cabo, él le dio el único dato con el que contaba hasta ahora. Mientras se dirigía al taller, notaba que la gente la miraba fijamente, pues veían en ella una habitante nueva, una cara diferente a la que veían todos los días. Antes de seguir caminando ante las miradas penetrantes, decidió preguntar hacia dónde debía encaminarse, la elegida fue la almacenera de aquella vez.
No le sorprendió que la haya reconocido enseguida, la saludó cordialmente y le explicó al hombre que tenía al lado, que no podía llevar consigo más de dos botellas de aceite.
—¿Dónde queda el taller?
—¿Todavía tu coche está averiado?
—No —respondió Ana entre risas—, simplemente voy a visitar a quien trabaja en él.
Mientras la almacenera le explicaba, el hombre, que aún estaba acomodando las botellas de aceite, la miró y bajó la mirada al instante en el que se encontró con la de Ana.
—Gracias por el dato —saludó a la almacenera y se acercó al señor de los aceites, quien ya había salido del almacén— Disculpe, ¿conoce usted a quien trabaja en el taller?
—Conocía a su abuela.
—¿Andrea?
—Sí, ya lleva casi tres años de muerta, pareciera que fue ayer cuando cruzaba a comprar víveres y nos quedábamos charlando.
—Trabajaba en Torres de marfil, ¿no es así?
—Sí —contestó a secas mientras abría la puerta de su vivienda.
—¿Sabe algo de ese colegio? Me encantaría que me contase lo que sabe.
—Dijiste que te encontrabas con el hijo de Andrea.
—Sí, claro, pero tengo tiempo para...
—No le digas que estuviste charlando conmigo —interrumpió.
Ana levantó las cejas— ¿Por qué?
—No me cae bien, simplemente eso.
—Yo no lo conozco, en realidad —Se excusó—, solo cruzamos unas palabras una tarde, tomamos un café juntos y me solidaricé con él cuando me contó que a su abuela la venció el cáncer, se veía muy compungido por la pérdida.
—¿Eso te dijo? —preguntó al borde de la carcajada.
Ana, sin entender nada, vio cómo el hombre de los aceites, se metía en su casa riéndose y cerraba la puerta tras de sí. "¿Qué habrá querido decir con esa risa?"
Llegó hasta el taller y se encontró con un par de piernas que salían de la parte inferior de una camioneta. Ana carraspeó para llamar la atención del mecánico y, este salió de su lugar momentáneo de trabajo y, manchado con grasa, se dispuso a saludar a la visita.
—Ana, qué sorpresa.
Ana se estaba lamentando por no haber usado su nombre falso, puesto que, si para todo el personal de Torres de marfil era Eva, y también lo era para el pueblo, ¿por qué a él le habría dicho su verdadero nombre?
—Hola Juan, pasé a verte porque me hablaste de Rosa López y... Bueno, no sé dónde encontrarla.
—Qué pena —respondió limpiándose las manos llenas de grasa con un trapo aún más sucio—, yo creí que querías una segunda cita conmigo.
—¿Eh? Ay... Ehhh...
Juan rio y dejó el trapo a un lado— No te asustes, esperá que termino con esto y ya estoy con vos.
Ana notó que el único mecánico del pueblo tenía una sonrisa perfecta y luego, pensó en Víctor, seguramente, Juan era mayor que Víctor, y Víctor era más guapo que Juan, sin embargo, tenía un aire encantador de bad boy que le atraía. "¿Más de treinta?", pensó, "¿tendrá más de treinta?"
—Ya estoy, son las once y media, te invito a desayunar.
—Ehhh, no lo sé, a las dos tengo que entrar a trabajar.
—Son las once y media, Ana, no te demorará mucho tiempo.
Ana volvió a aceptar, ¿acaso esta sería su segunda cita? ¿Podría considerarse así? Lo que no quería era demorarse mucho tiempo, pues esa misma mañana aprovecharía para visitar a Rosa López, si es que aún vivía en el pueblo.
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LA DESAPARICIÓN DE VERÓNICA WARREN
Mystery / Thriller"Hace frío allá afuera" fueron las palabras que la condenaron. Ana es una escritora amateur que, por falta de inspiración, se concentra en el caso de la misteriosa desaparición de una jovencita de la que nadie parece saber nada, aunque muchos son...