CAPÍTULO 76

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A Pipi

   Estando sola, como de costumbre, Ana pensó en adoptar un perro, quizá significase para ella una compañía, de hecho, siempre le habían gustado los perros, cuando era pequeña, sus padres le habían regalado una Golden retriever, pues se dejaron llevar por el comportamiento fiel de dicha raza, ni bien la vio, supo que debía llamarse Pipi, debido a su fascinación por la pelirroja de piernas largas, mal traducido por su generación, la cual se desilusionó al descubrir que la verdadera traducción era calzas y no piernas.

   Pipi se había convertido en un miembro más de la familia, pues fue adorada al poco tiempo de llegada, pese a la tierra removida en el jardín, a la frecuente caída de pelo y a los molestos ladridos a las serenatas que los gatos dedicaban a la luna. Cuando Ana cumplió los dieciocho, Pipi enfermó irreversiblemente, ya no era la perrita juguetona que iba a despertarla o que disfrutaba de sus salidas al parque, de hecho, de la noche a la mañana, las fuerzas se le habían agotado y pasaba sus días, triste, en un rinconcito del patio, se levantaba cuando era preciso y dejó de dormir en su casita de madera para quedarse hecha un bollito en aquel rincón elegido. Gris, taciturna, Pipi iba apagándose de a poco, solo se mostraba receptiva a caricias en su rostro, en su lomo, en sus patas, parecía ser lo único que tenía algún sentido para ella. Tras disuadir día a día el consejo de su padre de acabar con su sufrimiento, llegó el día en el que no volvió a levantarse de su rincón y se quedó allí, dormida para siempre.

   Ana corrió al baño a secarse los ojos con abundante agua, a pesar de haber pasado un poco más de un lustro, aún le seguía doliendo, es que esos amores fieles que todo dan sin esperar nada a cambio, perduran para toda la vida y, recordó de pronto, que, tras el anunciado deceso de su amiga peluda, un diez de octubre, prometió no volver a tener otro perro.


   Tomó la computadora y se dispuso a continuar con su novela, no quería dejarla de lado y se sentía con total entereza para escribir, estaba decidida a terminarla y, por fin, editarla. Se tomó un respiro para digerir lo analizado, sabía lo que eso significaba, una gran inversión que, sin dudas, valía la pena.


...No hables, no te muevas, ni siquiera respires, está ahí, entre las malezas, esperando un paso en falso, preparado para atacar sin apenas ser visto, listo para la embestida mortal, así que no muevas un solo músculo Verónica, quedate en donde estás, no conoce tu escondite, porque cree que vos no conocés el suyo, no salgas, quedate agazapada, inmóvil, con tus cinco sentidos penetrantes en el victimario, en aquel despiadado desconocido, en el misterioso y letal cazador del bosque.

  A veces, el destino juega en nuestra contra, a pesar de saber quién es culpable y quién inocente, y así, como si no supiera qué es lo moralmente correcto, se deja llevar por su intuición o quizá, por su morbo, invirtiendo, con crueldad, los roles y otorgarle el triunfo a quien lastima. Y tal como se dan las circunstancias muchas veces, el destino, conocedor de las jugadas que los ilusos pretenden esconder, sació su sed de morbosidad y, se transformó en espectador consciente de lo venidero.

  Cual presa ingenua, la rubia, observó el perímetro varias veces, y, tras un panorama falsamente despejado, se irguió y salió de su escondite, pasito a pasito, como un niño que recién empieza a caminar, temeroso de una caída repentina. Divisó el camino por el que debía continuar, pues auguraba buena fortuna, sin embargo, la fortuna es una bruja impía y retorcida, y como tal, desdibujó la suerte de Verónica para adjudicársela a su cazador, así es que, cuando la joven se dispuso a emprender camino hacia la salida, un fuerte golpe la obligó a caer. Su frente, apoyada en el césped aún mojado, su cabello dorado mezclado con hilos rojos que descendían lentamente hacia el suelo, la triste realidad la había atrapado en su telar cual insecto, y la técnica del deus ex machina no funciona en todas las novelas.


  Ana volvió a leer el capítulo, y decidió terminarlo ahí, el suspenso era un medio afín para llevar a cabo su novela, jugar con las imágenes visuales y auditivas le brindaría frescura y el hecho de que los capítulos fueran cortos, ayudaría al lector a digerirla mejor. En un principio consideró una extensión exagerada de cada capítulo, sin embargo, decidió dividirlos, por experiencia, prefirió el uso de la economía del lenguaje. La ansiedad la estaba carcomiendo internamente, pues, al fin, su novela se estaba poniendo en marcha, y todo se lo debía a Verónica.

  Aún tenía que pensar cómo volver al internado, pues su licencia había terminado hacía un mes exactamente y, no estaba segura de que quisieran volver a emplearla, pues si era necesario les rogaría, pero no podía dejar pasar la oportunidad de volver a ser Eva Medina.

  Un mensaje entrante en su teléfono la hizo levantar de su silla, misión casi imposible, se trataba de Joaquín, su jefe, sin dudas de que extrañaba la editorial, a pesar de su tediosa rutina. Lucía había actuado rápido, pues Joaquín ya estaba al tanto de que Ana estaba en su búsqueda, por lo tanto, concretó una cita para el día siguiente. "No puede ser", ese había sido el día elegido para salir con Juan y ya no podía negarse, bajo ningún punto de vista, por lo tanto, y muy a su pesar, cambió la fecha para la otra semana, lo cual atrasaba el regreso de Eva.

LA DESAPARICIÓN DE VERÓNICA WARRENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora