CAPÍTULO 57

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—¿Víctor?

  Ana había llegado al colmo de la confusión, pues aquel muchacho estaba tal cual lo dejó hacía casi tres años, con ese cabello castaño, casi rubio y esos ojos profundos en los que tanto le gustaba mirarse, ahora tenía barba, y ella lo veía más bonito que nunca, ambos se encontraban en la sala tomando un café, junto con Lucía, quien iba y venía para controlar a Isabella.

  Pareciera que ninguno de los dos eligió andarse con rodeos, pues, sin dudarlo, Víctor le contó que, desde que se había mudado a la ciudad, decisión por la que renegó un tiempo, las cosas se habían tornado diferentes, puesto que, pese a que la extrañaba, había encontrado contención en Natalia, lo cual comenzó como una amistad, hasta acabar en algo más. Aquel "Víctor y yo" había cobrado sentido, era evidente que ellos tenían una relación y que él había llegado a la ciudad a obtener respuestas que nunca encontró por parte de ella, gracias a la cual obtuvo la dirección de Ana. "Es triste saber que venís por ella y no por mí", pensaba mientras se miraba en el espejo de sus ojos. En otro momento, quizá, esto lo hubiese tomado como una traición por parte de ambos, no obstante, Natalia estaba desaparecida y solo eso importaba, así que, decidió contárselo todo, cuando estaba a punto de hablar, fue Lucía la que interrumpió.

—Se fue, volvió a su casa, no te contestaba ni las llamadas ni los mensajes porque se le rompió el teléfono.

Ana miraba a su compañera, pues ella estaba dispuesta a decirlo todo, sin embargo, pareciera que una vez más, la había salvado.

—¿Cuándo se fue?

—Hoy temprano.

—¿Y por qué? Supuestamente se quedaría hasta el domingo.

—Peleamos —agregó de pronto Ana—, peleamos y quiso marcharse antes.
Ana miró a Víctor, Víctor miró a Ana y notó que las lágrimas se agolpaban en sus párpados, esperando.

   Enseguida, el tiempo lo obligó a retroceder años atrás y encontrarse con la misma mirada, cara a cara, frente a frente, ansiosos los dos en mirarse, en demostrarse que eso era lo que pasaba, que simplemente amaban mirarse, pasar el tiempo juntos, a veces hablando, a veces sin decirse nada, pero juntos, unidos, eternos.

   Fue en ese momento cuando una lágrima brotó de la mirada de Víctor. Comprendía que el tiempo había sido traicionero, que ya nada iba a lograr recuperar lo perdido, que fue capaz de olvidarla, aunque en realidad siguiera allí, latente, expectante. Si bien fue difícil arrancarla de su vida, lo había logrado con quien no debía. Pero ya era tarde, había sido hechizado por esos enormes, y siempre pintados, ojos color ébano.

—Así que solo soy un recuerdo en tu vida.

—Uno bueno.

—Pero un recuerdo al fin.

Víctor optó por bajar la mirada, sin embargo, la de Ana seguía erguida, en un momento pensó en decirle la verdad, cuál había sido la suerte de Natalia y que fuera a buscarla cual príncipe rescatando a su princesa, un príncipe muy idiota, pues ignoraría lo que habitaba en el bosque, y quizá, hasta correría la misma suerte que su absurda Cenicienta, su mente quería verlo muerto, derrotado, pero su corazón no, aún lo quería.

  Aquella noche durmió en su casa, eran cuatro personas en un solo departamento, Lucía, Isabella, Víctor y Ana. Lucía, su amiga y compañera. Isabella, su protegida. Víctor su amor eterno. Ana, manipuladora para Lucía, farsante para Isabella, un recuerdo para Víctor.

  Pasó la noche al lado de Isabella, la veía dormir, era una chica preciosa, pero con muchos secretos, al igual que ella. Ni bien acercó su mano para correrle un mechón de pelo que caía hasta tapar sus ojos, oyó una vocecita que le decía:

—No te olvides de mí.

—¿Por qué habría de olvidarme de vos?

Ana notó, de repente, que Isabella estaba dormida, completamente dormida, así que no era ella la que pronunció esa frase, con horror se dio vuelta para encontrarse cara a cara con Verónica Warren, la que reclamaba ser recordada. Por primera vez había escuchado su voz, nuevamente un "no te olvides de mí" salió de sus labios inertes y Ana, alejando sus dudas y miedos, acercó su mano hacia su rostro y recorrió su piel, sus mejillas, su nariz, sus labios secos, sus ojos casi blancos, su herida aún abierta en la frente, su cabello que, inexplicablemente, se desprendía de su cabeza. Ella, Verónica, tan hermosa, tan joven, tan muerta.

—No, no me olvidé de vos.

LA DESAPARICIÓN DE VERÓNICA WARRENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora