CAPÍTULO 55

31 13 9
                                    


   De más está decir que un grito alarmó a Lucía, lo cual obligó a que se levantase sin tardar un solo segundo más. De más está decir que esta tuvo que tranquilizar a una desesperada Ana. De más está decir que las llamadas entrantes desaparecieron de los registros del teléfono. De más está decir que Lucía atribuyó lo sucedido a los nervios y falta de sueño. De más está decir que Isabella se sobresaltó con el alarido. Y de más está decir que ambas corrieron a su encuentro.

   La jovencita presentaba un aspecto más pálido de lo habitual, la transpiración bañaba su frente, no obstante, por fortuna, había abierto los ojos. Si bien el brazo aún le dolía, su aspecto había mejorado, lo cual significó el alivio para sus enfermeras de turno, quienes optaron por darle un calmante. A pesar de que Lucía insistía en consultar a un médico, Ana continuaba desestimando aquella opción. Era evidente que desde el colegio estarían buscándola y pensando en llamar a la policía, si ya no lo habían hecho, por lo tanto, ambas corrían riesgo de ser descubiertas, una pasaría por secuestradora, la otra por su cómplice, así que, ambas tendrían que idear un buen plan para ser inimputables, no obstante, la prioridad ahora era evitar una infección, hecho tan temido por ambas, debido a que aquello podría significar la amputación de su brazo. Ana aprovechó que Lucía había salido hasta su casa a buscar algunas cosas para quedarse un tiempo cuidando a la niña, y decidió hablar con Isabella largo y tendido acerca de sus vicisitudes con Verónica Warren. La joven, quien se encontraba sentada en la cama, tomando una taza de sopa caliente, le contó que apenas la conoció, pues ni bien ella había ingresado, Verónica ya llevaba varios meses desaparecida, por lo tanto, solo significó una leyenda que utilizaban las otras chicas con las internas nuevas para asustarlas, ni siquiera estaba segura de que haya existido realmente, dicho esto, Ana se levantó desde donde estaba y, buscando entre papeles, le preguntó cómo había ido a parar al colegio Torres de marfil, por lo que la jovencita contó su verdadera historia.

—Mis padres murieron cuando yo era pequeña, soy hija única, así que, el estado me envió a un hogar de niños donde me crie, pasé casi cinco años allí, de hecho, a los cuatro años y medio me enviaron. No tengo nada bueno que decir de aquel lugar, ni nada malo tampoco, me refiero a que no recibí jamás ningún agravio físico por parte de las autoridades, tampoco mental, ¿entendés? no solían maltratarnos, pero no nos brindaban ningún tipo de estímulo, no aprendíamos porque no nos enseñaban, crecíamos como podíamos, el mundo era ajeno a nosotros, estábamos recluidos de la sociedad, aislados de todo y de todos, alguna que otra vez nos llevaban a pasear en grupo, pero no pasábamos más de dos horas, era una salida al mes más o menos. No me acuerdo mucho de los chicos, algunos de ellos fueron abandonando el orfanato a medida que fueron adoptados, yo tenía dos amigos, sé que uno se llamaba Héctor, pero le decíamos Tito, y el nombre de la otra nena no lo recuerdo, solo sé que tenía el pelo negro. A ella la adoptó un matrimonio de gente mayor, se veían muy amorosos, ella seguramente, ahora, sea feliz, y de Tito no sé nada porque a mí me adoptaron antes, en realidad, me llevó consigo una tía lejana, de la cual nunca supe que existía, se llamaba Ester, era una mujer vieja, fea y amargada, tenía diez cuando me llevaron a vivir con ella y, en mi nuevo hogar, mi vida no cambió, de hecho, empeoró, pues durante los cuatro años que pasé allí, nunca recibí un abrazo, una palabra afectiva, un beso, solo era una habitante de la casa, un estorbo si querés llamarlo así. Confieso que nunca le di problemas, pues le tenía miedo, además aprendí a vivir en soledad y a convivir conmigo misma, mediante charlas y juegos. No tenía amigos, ¿sabés? es que no salía más que al patio donde jugaba conmigo misma, a solas, era aburrido, lo sé, pero es que no me dejaba salir a jugar con los otros chicos, tampoco iba a la escuela, ¿entendés? Ella era maestra, así que se encargó de ser una especie de institutriz. Con su guía aprendí mucho, no me quejo, todos elogian mi caligrafía y dicen que mi ortografía es impecable, pero, aquella era una mujer con la que nunca pude encariñarme, con la que nunca pude mantener una charla, a la que nunca llegué a abrazar ni a mirar a los ojos. La única vez que fue capaz de dirigirme la palabra, fue para pronunciar entre dientes, "ya tenés edad suficiente para entrar al colegio de jovencitas", para ese entonces, yo contaba con trece años, supuse que se trataba de una escuela de verdad, donde iría a cumplir el horario habitual de las escuelas, nunca me imaginé que se tratase de un internado y que, nuevamente, viviría recluida de la sociedad como cuando el destino me condujo al orfanato. La vida es muy curiosa, ¿sabés? un día estás en un lugar y en lo que dura un parpadeo, te trasladan a otro sin dejarte elegir tu propio destino.

   Ana ya había conseguido lo que buscaba, así que, después de oír atentamente la historia de Isabella, volvió a sentarse en el sofá, a su lado, se solidarizó con ella, pues su historia era muy triste, no obstante, le dio esperanzas, ya que cuando cumpliera la mayoría de edad, podría marcharse y hacer lo que gustara, conducir sus pasos a lugares inciertos, viajar, conocer el mundo, ante todo esto, la niña pareció desilusionarse, pues ella no conocía el mundo, todo era tan grande, tan misterioso, sentía miedo de salir. Además, aún faltaba para que cumpliese la mayoría de edad, para lo que Ana le respondió:

—No te preocupes, yo te estaré esperando para mostrarte el mundo.

Tras un largo y afectuoso abrazo, aquel que Isabella nunca había sentido antes, Ana abrió un paquete de galletitas de chocolate para comer junto con ella.

—Me gustó mucho la torta que hiciste, la de chocolate, sos una gran cocinera.

—No te creas, digamos que me arreglo bastante bien en la cocina, pero disto de ser una gran cocinera.

—¿Quién te enseñó a cocinar? —preguntó llevándose a la boca una galleta.

Ana le contó que todo lo que sabía, lo aprendió de su madre, que, cuando eran tres en la casa, cocinaba siempre ella, pues su padre trabajaba durante horas, y volvía muy cansado de su labor, por lo tanto, su madre tenía todo preparado para hacer de su estadía en casa, un momento ameno y agradable, incluso la aleccionaba a Ana para que no hiciera ruido cuando papi llegaba de trabajar, ni que lo molestara con tonterías. Al crecer, todas esas ideas se fueron desdibujando, todo aquello se transformó en un anhelo de modificación de lo ya impuesto, era evidente que aún seguían perteneciendo a una sociedad patriarcal, el hombre se erguía como figura principal, como eje de construcción y destrucción, como eterno soberano y figura de poder, pues, para su madre, el aliviarle el peso a papá, se había transformado en su prioridad, pero Ana no la culpaba, no lo culpaba, no los culpaba, ya que crecieron en una sociedad que edificaba sus creencias y pilares alrededor de la comodidad del hombre de la casa.

—Estoy mejor, no me duele ahora.

—Isa, ¿por qué me mentiste? —Ana acariciaba su cabello.

—¿De qué hablas?

—¿Por qué me dijiste que no conociste a Verónica Warren cuando sé que lo hiciste?

—¿De qué hablas? Ya te dije que cuando ingresé al internado, ella ya había desaparecido.

—¿Ah sí?, entonces ¿Cómo explicas esto?

Le mostró la foto que había adquirido del cuarto prohibido, donde sacó de una de las cajas, el cuadro que databa la fecha en la que había desaparecido Verónica, aquel en el que se mostraban a las alumnas posando junto con la directora, en el cual podía observarse a la desaparecida al lado de Isabella.

   La joven abrió los ojos y se mantuvo así, cabizbaja, de pronto, comenzó a hacer muecas de dolor, alegando que el brazo había empezado a dolerle.

—Hasta recién estabas bien, vamos Isabella, ¿qué ocultas?, ¿por qué me mentiste?

La jovencita, dejó de alegar dolor, serenó su rostro y con la más completa frialdad, levantó la mirada, dejó que sus ojos azules se encontraran con los de Ana y con una sonrisa sarcástica preguntó —¿Y vos?, ¿por qué me mentiste ANA? 

LA DESAPARICIÓN DE VERÓNICA WARRENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora