CAPÍTULO 37

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    Ana decidió hacerse la desentendida y dirigir sus pasos hacia el depósito, llevando consigo, para disimular, el trapo y la escoba, jaló la perilla y, por alguna razón, lo dejaron abierto, así que, rápidamente se metió en él, antes de que alguien la viera, acto seguido, encendió la luz. "Así que este es el cuarto prohibido" pensó, le bastó recorrerlo con la mirada para comprobar que no había nada más que cajas apiladas, nada que esconder, aunque eso estaba por verse.

  Se dirigió con cautela hacia las cajas y comenzó la búsqueda. Todas ellas se encontraban embaladas, por lo tanto, si las abría y husmeaba en su interior, sabrían que alguien entró a espiar al cuarto prohibido, así que, contaba con dos opciones: salir en busca de una trincheta y cinta de embalar, o, abrir las cajas, tomar lo que precisaba, e irse sin que nadie sospechara que ella había estado husmeando. Se decidió, rápidamente, por la segunda opción, pues ya se había cansado de ser políticamente correcta, allí no la trataban del todo bien, además ninguna de sus compañeras se había solidarizado con ella cuando ocurrió el altercado con el cazador furtivo, pese a que solo Cecilia sabía de aquel acontecimiento, aun así, su labio todavía estaba lastimado y partido, y a nadie pareció importarle la razón.

  No lo pensó más, abrió con todas sus fuerzas la primera caja, llevar las uñas largas había sido de gran ayuda. Papeles, una cantidad infinita de papeles, se trataba de expedientes, los de las chicas y las empleadas, seguramente. Entre aquellos, figuraría el de Verónica Warren, sin embargo, era inhumano buscar entre todos aquellos papeles, era como encontrar una aguja en un pajar. El tiempo no estaba de su lado, puesto que no podía quedarse eternamente allí y tenía miedo de que quien hubiera dejado el cuarto abierto, volviese a cerrarlo, además, la foto que databa del año 2014, era su principal objetivo.

  Abrió la segunda caja, tal como lo hizo con la primera y los cuadros con las fotos escolares estaban allí. Ana empezó a sacar foto por foto hasta dar con la correcta, pero, murmullos en el pasillo, la obligaron a detener la búsqueda.

  "No deben saber que estoy acá", corrió hacia el interruptor y apagó la luz, prefirió quedarse a oscuras hasta que pasase el peligro, fue capaz de reconocer las dos voces, dueñas de la conversación, pues se trataba de la directora María Beatriz y Marta, su compañera, la regordeta. Apenas podía oír lo que hablaban, solo pudo escuchar palabras sueltas. Trató de concentrarse lo más que pudo, pero una agitada respiración se hizo presente en el cuarto. Ana abrió los ojos de par en par, se dio vuelta, aunque solo percibiera oscuridad, se encontraba desorbitada, aterrada, pues la dueña de la respiración iba acercándose lentamente. Necesitaba, con urgencia, encender la luz, no obstante, las de afuera, parecían a gusto charlando justo en la puerta del cuarto prohibido. Casi pegada a la pared, con la mano tiesa en el interruptor esperando el momento preciso, sintió aquella respiración incesante en su nuca, y luego en su oído. Las piernas le temblaban, los escalofríos subieron por la columna vertebral hasta apoderarse de la totalidad de su cuerpo, sentía ganas de llorar, de gritar, de escapar, pero no podía, no debía. El cabello de la que allí residía comenzó a acariciar el hombro de Ana, quien se encontraba en el pico máximo de tensión. Afortunadamente, las voces se alejaron y, sin esperar un solo segundo más, encendió las luces, para luego, romper en llanto al encontrarse nuevamente sola.

  Con el cuadro bajo su ropa y su cuerpo aún tembloroso, salió de ese cuarto con el deseo de no ingresar nunca más.

LA DESAPARICIÓN DE VERÓNICA WARRENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora