CAPÍTULO 53

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    Nuevamente el miedo se convirtió en antagonista aquella noche. Miedo a no volver a ver a Natalia. Miedo al misterioso y peligroso cazador del bosque. Miedo por haber matado a un animal a sangre fría. Miedo por la violenta escena que quedaría grabada en su retina para siempre. Miedo por lo que vendrá, por el brazo en carne viva de Isabella, porque se enteren de lo sucedido. Miedo por su inminente despido y la consiguiente e inevitable denuncia. Ya podía leer en los titulares de los diarios:

 Una auxiliar de limpieza del colegio Torres de Marfil, quien actuaba bajo el nombre ficticio de Eva Medina, es culpable del secuestro de una estudiante, hecho que trágicamente derivó en asesinato.

Tras solo pensar en aquel supuesto, sumaba más horror a dicha tragedia.

  Afortunadamente, las baras, que al inicio utilizó como guía, desarrollaron su finalidad a la perfección, debido a que, gracias a las mismas, lograron llegar al coche. Ana ayudó a Isabella a subir a la parte trasera, mientras le repetía constantemente "No te duermas", acto seguido, antes de que pudiera ingresar, oyó un disparo cuyo estruendo provocó que entrara rápidamente al coche y se alejara de allí. Desde el espejo retrovisor pudo divisar la silueta del cazador observando la huida.

—No te duermas, Isabella, no te duermas —atinó a decir antes de que la adolescente de piel de porcelana, ahora más pálida que antes, cerrara los ojos.

   Una desesperada Ana abrió la puerta de su departamento y dejó ingresar a una confundida Lucía.

—¡¿En dónde está?!

—¡Está acá en el sofá!

Ambas se acercaron y, horrorizada, Lucía llevó ambas manos a la cabeza.

—Hay que llevarla al hospital.

—¡No! No puedo, no puede ir al hospital.

—Podemos decir que la encontramos en la carretera y...

—No, Lucía no, no puedo arriesgarme así —Ana rompió en llanto.

—¡Estás metida en un lío impresionante Ana! Y me estás metiendo a mí también.
Una ya desquiciada Ana abrazó a Lucía y entre lágrimas, le abrió la puerta para que no quedase implicada en el asunto, sin embargo, una inamovible Lucía se quedó pensativa un instante para luego tomar la palabra— Traeme un trapo, mucha agua, vendas y desinfectante.

   Pasadas dos horas de la medianoche, ambas estaban tomando un café para no dormirse y esperar la evolución de Isabella.

—Así que Eva, ¿eh?

—Eva Medina —agregó.

—Un proyecto de escritora en busca de inspiración ingresó a un internado haciéndose pasar por una persona que en realidad no es —Tomó un sorbo de café—, para luego convertirse en detective e intentar resolver una misteriosa desaparición, ¿voy bien?

—Perfectamente —atinó a decir con el rostro cansado.

—No satisfecha con eso, casi logra que maten a una chica, nadie sabe que esa chica está acá en tu casa, creen que duerme en su cama.

—Así es —repetía por inercia.

—¡Ah! Cómo olvidarme del pequeño detalle de la desaparición de Natalia.

—Así es.

—Mirame —Ana miró los ojos verdes de Lucía—, ¿cómo pensás seguir?
—No sé —susurró.

Ambas quedaron en silencio, pues lo primero era esperar a que Isabella despertase, Ana se había salvado de que la niña no hubiere muerto, si eso hubiera llegado a ocurrir, el futuro que le depararía era negro. Tenían que evitar la gangrena, por lo tanto, constantemente, le volvían a lavar la herida y le cambiaban el vendaje. Si la suerte estaba de su lado y la evolución era positiva, tenía que ingeniárselas en llevarla de vuelta al internado y que nadie sospechara de ella.

—Podemos hacer que Isabella entre al internado y que diga que se escapó.
Lucía notó que Ana la comprometió a ella también usando el verbo "poder" en plural.

—Sí, pero tendrías que aleccionarla, no sé si le conviene decir que intentó escapar.

—Algo mejor se nos ocurrirá —Nuevamente Ana la estaba comprometiendo utilizando el plural.

—Una vez que lo logres, tenés que renunciar.

—¿A dónde?

—Al colegio.

—¡No! Es muy riesgoso, no puedo, sería evidente que tuve algo que ver.
—Ay Ana...

—Al menos un mes más y te prometo que renuncio —Ana tomó la mano de Lucía—. Te lo prometo.

   Isabella despertó tras un grito, lo cual obligó a ambas a llegar hasta donde la niña se encontraba, mientras una le revisaba el brazo, la otra le acariciaba el cabello tranquilizándola, la escena duró diez minutos, los gritos de la adolescente eran intensos, era evidente que estaba llorando del dolor, así que, Ana optó por darle un calmante.

—¿Me voy a morir?

—No, tranquila, todo va a estar bien —le respondió Lucía con una sonrisa.
—Entonces, ¿me cortarán el brazo?

Lucía no respondió, sin embargo, Ana lo hizo por ella— No Isa, vas a sanar rápidamente, te lo prometo.

—No hagas promesas que no podés cumplir —le susurró al oído.

—¿Qué decís?

—Si el panorama no mejora voy a llevarla yo misma al hospital, no voy a permitir que se me muera acá.

—Sí —dijo Ana secándose el sudor de la frente—. Si al amanecer no mejora, la llevaremos.

LA DESAPARICIÓN DE VERÓNICA WARRENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora