Abrió los ojos y, con pesadumbre, se levantó de la cama, sus ojos estaban haciendo un esfuerzo sobrehumano para mantenerse abiertos, le dolía pestañar, pero más le dolía la cruda verdad. Caminó algunos pasos y corrió la cortina, necesitaba ver un poco de luz, acto seguido, abrió la ventana y dejó que la suave pero fresca brisa despeinara su cabello, refrescara su rostro y disipara las lágrimas que habían quedado acumuladas en sus ojos. Se quedó así, frente a frente con el viento, hablándole y escuchándolo silbar, no podía tocarlo, pero lo anhelaba, recorrer su cabellera enrulada y acariciar sus mejillas infladas, y, por qué no, pedirle perderse junto con él, en los vaivenes del cielo. Volvió a recostarse, sabía que no estaba en su cuarto, pero conocía el lugar que la había salvaguardado, aunque un instante, de caer en la locura. Estaba en la casa de su ángel de la guarda, con solo pensarlo se le dibujó una leve sonrisa. No recordaba cómo había llegado hasta allí, el coche lo había estacionado a dos calles de la casa de Juan, sin embargo, recordaba haber huido en dirección opuesta, si habría regresado o no, no lo sabía, no podía acordarse, no era capaz, todo se había convertido en una nebulosa, no sabía con exactitud lo que había pasado después de la huida, pero sí recordaba todo lo que la precedió, la cena, la confesión de Juan, el hecho de haberle creído como ingenua y, lo más trágico de todo lo acontecido, enterarse con horror y un dolor infinito, que no era otro que el cazador del bosque, el asesino de Verónica Warren y de Natalia Becka. Pensarlo, pensarlas, la obligó a estallar en llanto, por qué causa su vida estaba signada por la desgracia, no entendía qué había hecho mal para encontrarse con obstáculos en cada paso que propinaba, en cada persona que confiaba, y, haber encontrado a Juan culpable de los crímenes, la hizo dudar del camino a seguir, no sabía si debería denunciarlo y acabar con todo el misterio y así, liberar a Verónica Warren, o si era mejor callar y no mostrar sus cartas, si debería atraerlo hacia su trampa y obligarlo, de esta forma, a confesar su crimen, sin embargo, nuevamente el dolor le evitó tomar una decisión, es que estaba dispuesta a creerle, a confiar en él, a compartir su gran secreto con esa persona a la que ya quería, y ese hecho, el de quererlo tanto, la hizo dudar otra vez y preferir optar por el silencio, hacer de cuenta que nada pasó, que ese no fue Juan, quien no pronunció aquellas punzantes palabras, quien no la apartó, violentamente, de su lado considerándola desequilibrada. No, ese no podría haber sido Juan, fue simplemente una de las tantas pesadillas que ya acechaban su no tan firme mente. Esta vez no volvería a cometer el mismo error, no volvería a pecar de ingenua, y se guardaría para sí el secreto de la verdadera identidad de Juan, solo ella sabría quién era realmente, aunque no supiera si él contaba con haber sido descubierto, el juego se había terminado... ¿se había terminado?
—¿Cómo estás?
La suave voz de Lucía siempre la reconfortaba, había llegado con un vaso de agua y una aspirina por si tenía dolor de cabeza. Luego le contó que había oído el timbre del portero electrónico a la madrugada, y que al saber que se trataba de ella, tras un repetitivo timbreo, el código que solo ellas conocían, bajó en pijama, presurosa, las escaleras, para encontrarse con una aturdida y desmejorada Ana, quien solo atinó a subir hasta su departamento, callada, en el más completo de los silencios, sin siquiera responder las simples, pero eficaces preguntas que Lucía le hacía para entender, con razón, lo que estaba ocurriendo. Así que, de la manera deplorable en la que llegó, se acostó directamente, apoyó la cabeza en la almohada y se durmió.
—Triste. —Fue su respuesta.
—¿No vas a contarme qué pasó?
—No. No puedo. No.
—Sé que ayer te viste con Juan, me lo contaste. —afirmó estrechándole el agua y la pastilla.
Ana, al oír ese nombre, rompió en llanto y se llevó las manos a la cara, Lucía, la fiel amiga, le acarició el cabello y le brindó su silenciosa compañía. Era evidente que estaría pensando en una separación, en la mala fortuna que tenía en el amor, primero Víctor, aquel infeliz que fue capaz de engañarla con su mejor amiga y ahora, que había vuelto a apostar en el amor, que había llegado una persona con quien se sentía tan a gusto, fracasaba de igual manera, vaya uno a saber por qué motivo. Ana prefería cualquier ruptura por más cruel que resultase, a enfrentar el terror de enterarse quién había estado siempre oculto tras la capucha negra.
—Mi mamá solía cantarme cuando atravesaba alguna de mis crisis, ¿sabés? Y eso me hacía bien, me reconfortaba —explicó—. Aunque no solucione los problemas, la música siempre sana.
—Cantame —Pidió Ana.
Y así, como si fuera la pequeña Lucía, se acurrucó en las piernas de la Lucía ya adulta, mimetizada en su propia madre, y cerró los ojos.
Mamá sabe bien
Perdí una batalla
Quiero regresar
Solo a besarla.
No está mal ser mi dueño, otra vez
Ni temer que el río sane y calme
Al contarle mis plegarias
Tarda en llegar
Y al final
Al final, hay recompensa
Mamá sabe bien
Pequeña princesa
Cuando regresé
Todo quemaba
No está mal sumergirme otra vez
Ni temer que el río sangre y calme
Sé bucear en silencio
Tarda en llegar
Y al final
Al final, hay recompensa
Tarda en llegar
Y al final
Y al final, hay recompensa
En la zona de promesas...
Ana irguió la mirada y se encontró con la de Lucía, ambas tenían los ojos llorosos, a punto de querer dejar escapar los ríos de lágrimas saladas, sin embargo, algo la hizo contenerse a la cantante y prometerle que le llevaría unos mates, que no tardaría. La canción la había movilizado, era evidente, y no pretendía quebrarse delante de la que sufría. Nostalgia o melancolía.
Aún tarareando la canción, Ana se puso de pie y se encerró en el baño, la espalda le dolía, le picaba, le molestaba, así que, se sacó la camiseta y se vio en el espejo, en el cual pudo percibir las marcas de dedos surcando la zona de los pulmones, y así, observándose de espaldas, con asombro, fue testigo de la desaparición de las marcas que apenas le permitían respirar. Y así vio desvanecerse aquel abrazo tan ansiado, el abrazo con la muerte. Tras un suspiro, se despidió de aquella fría, pero a la vez cálida sensación... "Verónica".
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LA DESAPARICIÓN DE VERÓNICA WARREN
Misterio / Suspenso"Hace frío allá afuera" fueron las palabras que la condenaron. Ana es una escritora amateur que, por falta de inspiración, se concentra en el caso de la misteriosa desaparición de una jovencita de la que nadie parece saber nada, aunque muchos son...