CAPÍTULO 68

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    Después de la tormenta sale el sol ¿Será cierto acaso?, ¿será que, tal como había dicho Lucía, lo peor ya había pasado? No lo sabía con exactitud, mientras tanto, se dispuso a continuar con su novela, pues ya la tenía olvidada, entre tantas vicisitudes que llevaba consigo, como parte de su vida, le pareció acertado continuar escribiendo, pues tenía mucho para contar, para expresar y cuando las palabras surgen, es mejor no dejarlas escapar. Por más que buscó, buscó y buscó hasta dar vuelta por completo su casa, no fue capaz de dar con el pen drive. Ya le había sucedido una vez, por lo tanto, no desesperó, quizá, y era lo más probable, que lo haya dejado en la guantera del coche por segunda vez "A no desesperar" se dijo a sí misma, aun así, tomó la portátil y, sentada en el sofá, comenzó a tipear rápidamente:

... Así, huyendo de algo o de alguien, Verónica entró al bosque, arraigándose, tras la intensa corrida, al último atisbo de libertad. Su cabello, largo, sedoso, dorado, danzaba al compás de la fría ventisca que calaba sus jóvenes huesos. Juventud que le permitía correr ávidamente y sortear cada obstáculo que se interponía en su camino, saltaba cual gacela las ramas caídas a causa de los fuertes vientos y, esquivaba cual contorsionista los árboles cuyos brazos intentaban rasguñar su delicado cutis. La más vieja de las tejedoras del fatum, del trágico destino, tomó sus largas agujas y trazó un punto diferente, del de las otras dos, iban tejiendo acompasadas, así que, siguiendo el telar de su destino, Verónica cambió de rumbo, quizá para distraer a su perseguidor, sin embargo, la fatalidad se hizo presente en su decisión fallida y cayó. Cayó con una piedra atascada en el barro, pues pese a que la lluvia había cesado, el bosque se había transformado en un pantano mortal. La joven, con su respiración acelerada y sus nervios a punto de estallar, encontró refugio entre arbustos húmedos por la caída de tanta agua a raudales y se decidió a esperar, a tranquilizarse y aguardar a que el peligro pasase.

  Mientras Verónica se mantenía oculta, la audaz tejedora continuaba su telar intrincado, diferente al punto elegido por sus hermanas, la niña y la joven ya adulta.

  Una baja de tensión la obligó a dejar de tipear, pese a que la computadora tenía carga suficiente, decidió dejar de escribir durante un instante, y dedicarse a la carta, pues Lucía la pasaría a buscar al otro día, por lo tanto, tomó un papel y una lapicera y comenzó a trazar algunas letras, explicándole a la niña la causa por la cual no podía volver al internado, por si acaso, le dejaba su número de teléfono para comunicarse si así lo precisara.

Nuevamente una baja de tensión, Ana levantó la mirada y...

  Ahora estaba en el bosque, intentó ponerse de pie, pero no pudo hacerlo, pues una fuerza sobrenatural no se lo permitía. Como sellada al asiento, batalló por incorporarse, no comprendía la causa por la cual le era imposible obrar por medio de su voluntad ¿Qué clase de nueva locura era esta? Así fue como la vio, a Isabella correr presurosa con su brazo vendado, Ana gritó para llamar su atención, debido a la inmovilización, pero la jovencita no fue capaz de advertirla, así que, sin más, se alejó de su vista, Ana continuaba pegada al sofá y con la carta en la mano. Por sobre el silencio, un ruido continuo de pasos aproximándose hacia donde se encontraba. Alguien se iba abriendo paso entre las matas, alguien cuya presencia comenzaba a hacerse visible y que, a través de un silbido penetrante entonaba una vieja canción de cuna. Ana intentaba, desesperadamente, despegarse de su asiento, mientras veía que, el cazador del bosque, se acercaba, lentamente, llevando consigo su rifle, el cual, tenía como objetivo el rostro de la prisionera, fue jalar del gatillo y...

  Cayó de la silla, agitada por la visión, dejó la carta en la mesa y se dirigió al baño, necesitaba despejar su mente con un poco de agua en el rostro, mientras lavaba continuamente su cara, pensaba en que, aún no sabía nada de Isabella, en que esa fue la última vez que la vio, y que, desafortunadamente, no sabía si había vuelto al internado o si se había convertido en una víctima más del bosque.

LA DESAPARICIÓN DE VERÓNICA WARRENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora