CAPÍTULO 42

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    Caminaba sin rumbo, sin motivo, sin razón, sin ánimos, inerte, perpleja, como un objeto inanimado, sin luz, sin vida, sin pulso. Era un triste transeúnte más, confundida entre la gente, a la cual no notaba, ni nadie, tampoco, parecía notarla, a merced del tiempo, sin un punto fijo ni objeto aparente más que caminar. Sus piernas eran las que andaban por ella, nada más que sus piernas, un pie tras otro, al compás del tic tac del reloj que llevaba en su muñeca.

   "Está a tu lado" fueron las últimas palabras que escuchó antes de marcharse de la casa de la mujer de quien lo oyó. Allí estaba, a su lado, sumisa, silenciosa, expectante, fantasmal, siguiéndola como si fuera su sombra, la continuación de su existencia, estaba a su lado, Verónica Warren, estaba allí, a su lado, tan solo porque ella la dejó acercarse, porque quiso saber más, porque no se detuvo en su búsqueda y fue más allá de lo permitido. Ahora, tendría que aprender a convivir con su presencia constante, porque ella estaba ahí, a su lado, caminando juntas a la par.

   Ingresó como quien no quiere hacerlo y condujo su cuerpo agotado hacia el baño donde rompió en llanto desconsoladamente.

—¿Vas a contarme qué sucede Ana?

   Natalia estaba preparando la cena, mientras su amiga se encontraba envuelta en una manta tomando una sopa caliente, nada salía de su boca más que sollozos, sus ojos aún se encontraban húmedos. Pese a aquella escena, decidió llamarse al silencio y limitarse a pensar, a meditar, seriamente, si seguir con esta locura o dejarla a un lado, abandonar la búsqueda, renunciar a la inspiración, o continuar con su novela, a llegar al fondo del misterio, a encontrar respuestas a un enigma sin resolver, a una desaparición olvidada, enterrada, perdida, a descubrir de una buena vez quién fue Verónica Warren.

—No tengo hambre —Salió, por fin, un triste balbuceo, no obstante, al no recibir respuesta alguna, decidió levantarse del sofá y conducir su débil figura hacia la cocina.

   Tras un fugaz vistazo, notó a Natalia, de espaldas, cocinando. Se acercó a ella y solo le bastó tocar su hombro para percatarse de que no era quien creía ser, de que su rostro había cambiado para adquirir, repentinamente, los rasgos físicos de la presencia tan temida: sus ojos apagados color café, su cabello rubio revuelto, su cara de niña convirtiéndose en mujer, su frente ensangrentada. La miró con terror, pero esta vez no huyó, se mantuvo firme, cara a cara, con los ojos penetrantes en los suyos, temblando. Por inercia, extendió sus manos hacia el rostro de la aludida y...

   Se vio en el bosque. Toda la escena se movía, no era de noche aún. Los arbustos temblaban detectando un leve movimiento que se transformó, rápidamente, en una huida desesperada. Una muchacha se hizo presente, de pronto; estaba vestida con el uniforme del colegio Torres de marfil, estaba escapando de alguien, podía apreciarse en la expresión de su rostro. Llevaba el pelo suelto, que, a medida que corría, parecía bailar la danza de la muerte. Un pequeño e inoportuno inconveniente se hizo presente, pues su pie se torció, obligándola a caer. Inevitablemente, no le quedó otra opción que ocultarse entre las matas y, esperar a que el peligro pasase. Su respiración agitada podría delatarla, pero en aquel momento, la lluvia, antes llovizna, comenzó a descender más deprisa y las gotas se confundían, ahora, con el sudor de su frente.

—¡Ana... Ana... Ana!

Ana abrió los ojos de golpe y tomó la mano con violencia de quien quería despertarla de su visión.

—Soy yo, soy yo Ana, soy Natalia.

Una Ana asustada abrazó a su compañera y le susurró al oído "Tengo miedo Nati".

   Aquella noche decidieron dormir juntas, era evidente que la actitud de Ana comenzaba a preocupar a Natalia. Antes de dormir, tomó su libreta y anotó:

* Verónica Warren ingresa al interior del bosque escapando de alguien, pero, ¿de quién?

LA DESAPARICIÓN DE VERÓNICA WARRENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora