CAPÍTULO 17

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    Ana decidió tomarse una licencia en la editorial, pues su prioridad, en ese momento, era la novela y, para comenzar a escribir, necesitaba inspiración que solo conseguiría llegando al fondo del caso que envolvía la desaparición de una muchacha y el encubrimiento por parte del personal del colegio, que, sin dudas, algo ocultaban. Decidió, por lo tanto, comunicarse con su jefe, quien accedió rápidamente a otorgarle la licencia laboral, debido a su asistencia perfecta durante los tres años trabajados. Ana alegó estrés.

Aprovechó aquella mañana para limpiar la casa y para tomar unos mates frente a la ventana, el cálido sol otoñal se colaba entre la cortina y no dudó en dejarlo entrar. Prendió la computadora y, como quien no quiere la cosa, comenzó a escribir:

Capítulo 1: "LAS DESAPARECIDAS": más de mil jóvenes desaparecen cada semana en el mundo, algunas víctimas de rapto, de secuestro, otras de trata de personas. Son desarraigadas, separadas de su lugar de origen, arrancadas de su propia vida. Algunas de ellas son liberadas de su infortunio, muchas otras vuelven físicamente, pero las cicatrices de lo vivido permanecerán imborrables en su memoria, ahora ya perturbada. Sin embargo, existe un número de jóvenes que continúan desaparecidas en acción, misteriosa e inexplicablemente ausentes, sin huellas, sin rastros que permitan dar con su paradero, y así continúan, hasta que solo se transforman en un recuerdo, en las que fueron y ya no son.

Ana se encontraba tecleando con avidez, con su semblante más que concentrado, estaba a gusto con lo que escribía, sin embargo, un suceso externo la obligó a dejar de hacerlo: el timbre. Miró el reloj, eran las once de la mañana, se preguntó quién podría llamar a su puerta en ese horario. Abrió, pero nadie estaba allí, salió al pasillo... Nada. Con resignación, volvió a ingresar a su departamento y sentarse, nuevamente, frente a la computadora.

"¿Otra vez el timbre?" Pensó confundida, abrió la puerta entre desconfiada y temerosa, pero al igual que la vez anterior, nadie aguardaba allí. De la misma manera que antes, salió al pasillo, dio uno... dos... tres pasos, pero nadie salió a su encuentro, por lo tanto, esta vez, con más temor que desconfianza, ingresó a su hogar y propuso prepararse un café. Muchas palabras aparecían en su cabeza, las ideas llegaban como torbellinos repentinos, era vital que siguiese escribiendo, así que, mientras se dirigía a hacerlo, el timbre volvió a sonar. Enfurecida abrió de golpe la puerta. Nada, solo un sollozo que se oía relativamente cerca, con miedo, pero con curiosidad, se acercó hacia donde provenía y allí, sentada en la escalera, vio a una chica de espaldas, mojada, con su camisa pegada al cuerpo, tenía los brazos lastimados. Ana se acercó lentamente, con su corazón palpitando a mil por hora; pero apenas sintió el roce de su mano, la joven bajó corriendo las escaleras. Ana prefirió no seguirla, optó por entrar a su departamento y marcar el número del portero.

—Sí, bajó las escaleras... no sé quién era... estaba mojada y lloraba... sí, sí, en las escaleras del piso siete.

Transcurrió la mañana pensando en aquel inusual evento, pensó en sus vecinos, pero ninguna joven vivía cerca, ni siquiera en el piso de abajo. El portero ya estaba notificado, por lo tanto, solo le restaba esperar la información, aun así, estaba muy inquieta, no conseguía tranquilizarse, tres veces le había tocado atravesar situaciones extrañas, pero similares a la vez: la joven del camino, la joven del colegio y ahora, la joven sentada en las escaleras.



LA DESAPARICIÓN DE VERÓNICA WARRENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora