CAPÍTULO 24

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    Los hospitales le generaban cierto dejo de terror y desconfianza, ¿por qué será que es el espacio elegido por la mayoría de los guionistas del cine de horror? Un hospital abandonado es una buena elección para que acechen aquellos que nunca se quisieron ir y que optaron por arraigarse a la realidad terrenal más allá de que ya no formen parte de la misma. Aquellos que se fueron, espíritus errantes, almas en pena... Con solo pensarlo se le erizaba la piel, por lo tanto, optó por dejar de pensar en lo perturbador y centró su pensamiento en la tarta, una simple tarta de fruta que le dio una inofensiva anciana. Simple e inofensiva no eran adjetivos que cuadren con el inusual suceso del que fue parte, ¿por qué le habría dado aquella tarta? ¿Fue error o casualidad? Tuvo que ser error o casualidad porque no había causa por la cual quisiera hacerle daño. En ese momento contaba con más preguntas que respuestas, ¿por qué apareció en la calle? La anciana la habría arrastrado para pedir ayuda, quizá ¿Por qué sabía del cuarto de castigos? ¿Por qué lo llamó cuarto de torturas? Acto fallido, quizá, o ironía. La última palabra que salió de su boca antes de desvanecerse fue Verónica y la anciana completó el nombre, agregando, sin titubear, Warren. La conocía o la había conocido. Tenía que salir de allí y dirigirse directamente a la casa de aquella mujer, tenía muchas preguntas para que contestase.

"¿Qué fue eso?" Ana oyó un ruido en el pasillo iluminado con una luz tenue, se levantó de su cama y se asomó con cuidado, no vio a nadie allí, ni enfermeras, ni doctores, ni familiares en vela cuidando a sus enfermos, nadie, solo una joven rubia sentada, tapándose los ojos, estaba llorando. Ana se acercó con más confusión que miedo.

—Sos vos, sos la chica que corre por la carretera, la que me llevó al bosque —continuaba hablándole a medida que se acercaba— ¿Por qué estás acá?

Ana acercó sus dedos al pelo de la joven, quien cesó de llorar. Le acarició sus dorados cabellos los cuales empezaron a desprenderse de su cabeza. Se apartó con horror, y la joven rubia levantó la mirada, Ana notó que su frente estaba cubierta de sangre, se puso de pie y se dirigió hacia ella, quien, al ver semejante espectáculo, comenzó a correr en sentido contrario, gritando y suplicando ayuda.

Las luces del corredor empezaron a apagarse una por una, Ana quedó acorralada y la rubia se iba aproximando hacia donde se encontraba. La última luz del corredor se apagó. Un grito.

LA DESAPARICIÓN DE VERÓNICA WARRENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora