CAPÍTULO 71

27 9 8
                                    


    Ana decidió quedarse en el auto escuchando música mientras esperaba la llegada de Lucía. En aquel sitio en el que se encontraba, la única emisora que podía sintonizar era una en la que pasaban clásicos de los ochenta, a decir verdad, no eran de sus favoritos, pues su lista de temas era muy variada, no solía encasillarse en un solo estilo musical, le gustaba explorar y dejar que las canciones hagan lo suyo, que la transportaran a otro sitio como solo la música puede hacer, que la inviten a volar, a abstraerse de la realidad, que pinten colores en su alma, porque se supone que las pasiones hacen eso, cambian la perspectiva del aquí y ahora, cambian la mirada del mundo, permiten el encuentro y abren puertas, bajan puentes, para que este se propicie, y así, canalizar penas, borrar errores o profundizarlos, asimilar recuerdos, traerlos a la vida para volverlos a vivir, repetirlos una y otra vez hasta que los dos minutos en los que la canción es eterna, desaparezcan, dejándolos inertes hasta una nueva reproducción.

   Así se encontraba, entonces, escuchando clásicos de los años ochenta, si eran buenos o no, no lo sabía, solo podía juzgar por gusto personal, pues, no contaba con la preparación para decidir si un estilo era bueno o no, pero como ella siempre decía, tenía oídos y le servían como dispositivo de apreciación. La música actual no era de su agrado, consideraba que el vacío, la cosificación y la superficialidad se habían apoderado de la industria musical. Sentía que la buena música databa de los noventa, el pop inglés y americano, las boy bands tales como los Backstreet boys, cinco chicos que se movían al ritmo desenfrenado de los gritos de las adolescentes que morían por verlos bailar y cantar, el pop había marcado su historia con la música, había dejado su huella, pero no eran justamente las boy bands las que solía escuchar cada vez que prendía la radio, sino a una alocada Alanis Morissette y sus impresionantes falsetes, o las canciones de protesta de The Cranberries, cómo olvidar Zombie, la cual revolucionó la industria con su letra tan fuerte y el original timbre de voz de su líder, una irlandesa cuyo fugaz deceso fue lamentado hasta el día de hoy. Los noventa, la mejor década, la generación del pop, de las camisetas de la lengua de los Stones, esa loca época en la que le hubiese gustado nacer.

   Mientras esperaba, una imagen se le cruzó por la cabeza, una imagen masculina, la figura de Juan, el único mecánico del pueblo, el único al que había mirado de la misma manera en la que miraba a Víctor, una mirada diferente. Pensaba entonces, y podía construir una lista nominal encabezada por Natalia, continuada por Isabella, Víctor, la misteriosa Rosa López y Juan. Hasta el momento contaba con más preguntas que respuestas, y creía que él también ocultaba muchas cosas y que, detrás de esos ojos café adornados de unas espesas cejas negras, había una historia escondida de la que no podía hacerse registro, no por ahora, nuevamente el leit motiv "treinta, ¿tendrá más de treinta?". De inmediato, unas ganas inmensas de volver a verlo golpearon las puertas de su razón, pues su corazón ya lo imaginaba. El espejito retrovisor fue suficiente para comprobar que se encontraba peinada, extraño suceso en ella, ágilmente se hizo una trenza, pero al no poder atarse el extremo debido a que carecía de una hebilla, optó por dejárselo suelto, no le disgustaba en absoluto su melena, no era como la de Natalia, pero debería aprender a no compararse con el resto, a saber amarse cual fue creada y aceptar su cuerpo y sus rasgos, ella era Ana y su belleza no solo era física, a Ana la hacía hermosa su cuerpo, alma y mente, la belleza es efímera, solía repetirse hasta hartarse ¿Una manera de reconfortar sus complejos? Quizá...

   Salió del auto, tomó una hoja de la libreta que tenía en su bolso y escribió:

                    Lu, voy al pueblo un rato, esperame en el auto.

Lo ajustó con el parabrisa para que no se cayera y, cuando se dispuso a dirigir sus pasos hacia allí, algo distrajo su cometido, pues unos ruidos de arbustos en la parte trasera del internado la invitaron a volver a entrometerse. A medida que se acercaba, su corazón daba golpecitos ligeros, era inevitable pensar en Verónica. Ana saltó la verja, y se acercó hacia donde había escuchado el ruido. Fue acercarse, quizá demasiado y notar unas manos pesadas en sus hombros.

—¿Qué hacés acá?

Un hombre mayor posó sus ojos en los de ella, y se mantuvo así de firme hasta que decidió volver a hablar.

—¿Qué hacés acá? ¿Qué buscás?

—Trabajo acá, soy auxiliar de limpieza, estoy de licencia —tartamudeó.

Aquel hombre misterioso, la miraba de pies a cabeza con el ceño fruncido, Ana, bajó la mirada de repente.

—¿Y qué hacías en el jardín? —dijo por fin.

—Escuché ruidos y... un momento, ¿y usted quién es?

—Soy el jardinero del colegio.

—¿Jardinero? Nunca escuché hablar de un jardinero.

—¿Por qué deberías hacerlo? Soy solo un empleado, no estoy acá para hacer sociales.

Ana lo miró con incredulidad, jamás había visto ni oído acerca de un jardinero, al parecer habían sucedido muchas cosas en su corta ausencia. Finalmente decidió marcharse, no fuera a ser que la vieran merodeando por los alrededores del internado. Ya no sabía si debía dirigirse al pueblo o quedarse a esperar en el coche, optó por la primera. Sus pasos se encaminaban hacia el taller mientras veía los ojos de aquel jardinero posados en su figura hasta verla desaparecer.

LA DESAPARICIÓN DE VERÓNICA WARRENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora