CAPÍTULO 91

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   Después de la tormenta llega la calma, su madre solía reconfortarla cuando algo andaba mal, siempre tenía la palabra justa, la que esperaba y, quizá la que no pretendía escuchar, ella sabía, siempre sabía lo que Ana pensaba y sentía, si las madres tienen o no un sexto sentido, no podía explicarlo, ni siquiera la ciencia se ha atrevido nunca, a cuestionar la palabra de una madre. Elena y Ana se extrañaban, como hija única, siempre había sido muy apegada a sus padres, sobretodo a su madre, sin embargo, sentía que la presencia de Natalia había opacado esa relación tan estrecha que las había unido "¿Cómo voy a querer desplazarte por Natalia?, ¿acaso estás loca?" Severas discusiones habían tenido lugar los últimos años, es que nadie podía comprender los celos de Ana hacia su amiga, ni tampoco ellos querían entender lo que ella sentía respecto a su constante presencia, tan irritante a veces, y otras tan innecesaria... "Sos tu peor enemigo", así solía Elena callar al demonio interno de su única hija.

"Haciéndome sentir culpable".

   Después de la tormenta llega la calma, sin embargo, el cielo aún presentaba nubarrones amenazadores, pues la tormenta aún no había llegado, y sin ella, no podría presentarse la calma, aunque el panorama se estaba presentando sumamente tranquilo, no debería relajarse, uno nunca sabe cuándo se desatará la tempestad y, cuando ocurra, debería encontrarla preparada, tal como decía su abuelo, "Cocodrilo que se duerme..."

—Es cartera.

   Ya no podía mirar con los mismos ojos a Cecilia, tras el baile improvisado, aquella tan bella pero aterradora escena, la obligó a pensar en su infancia, hacía tanto tiempo que no bailaba, de hecho, no le gustaba, sin embargo, cuando era pequeña, siempre vivaz y prometedora, danzaba sola o acompañada, pero lo hacía, bailaba. Bailaba con música. Bailaba sin ella. Bailaba a su antojo. Bailaba bajo la lluvia. Bailaba descalza. Bailaba. Bailaba de noche. Bailaba de día. Bailaba si estaba triste o contenta. Bailaba. Bailaba. Bailaba porque sí. Y así, porque sí, porque tenía ganas, comenzó a mover sus brazos y a dar giros inesperados, ante la mirada crítica de Cecilia, quien decidió llevar su presencia junto con su escoba, hacia otra zona.

—¿Querés que bailemos juntas?

Isabella tomó las manos de Ana y ambas, ante una audiencia invisible, trazaron una danza involuntaria, girando, riendo, enredando sus brazos, siguiendo, sincrónicamente, el ritmo de una música que solo ellas parecían escuchar.

Sentadas al pie de la escalera, Isabella peinó el cabello de Ana con sus largos dedos y comenzó a trenzarlo.

—Mi cabello es muy fino, no creo que puedas hacer milagros.

—No te preocupes, nadie hace trenzas más lindas que yo, te lo aseguro.

Ana notó que sus manos eran tan delicadas, tan suaves, que sus dedos parecían acariciar su cabello en su totalidad, gesto que la obligaba a cerrar los ojos, y así, adormilada, pensó en contárselo todo, no quería secretos entre ellas, pues le había prometido que la esperaría, pacientemente, hasta que cumpliera los dieciocho.

—¿Podría ser antes?

—¿Antes de qué?

—Podría ser tu tutora —Ante la mirada sorpresiva de Isabella, decidió continuar—, no es asunto sencillo, no quiero ilusionarte, tu familia podría...

—¡No tengo familia! —Interrumpió eufóricamente—. Solo una tía, pero ella me trajo hace unos años y jamás me reclamó. Estoy sola Ana, sola en el mundo, pero ahora te tengo a vos. —Sollozó apoyando su cabeza en su regazo.

—Necesito saber tu apellido.

Mientras acariciaba su cabello, podía sentir la respiración entrecortada en sus piernas, y el silencio incómodo dijo presente en el corredor.

LA DESAPARICIÓN DE VERÓNICA WARRENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora