Mi cuerpo se siente pesado como nunca, los párpados se me cierran sin poder detenerlos. Las luces de la discoteca se ven cada vez más borrosas y a lo lejos escucho solo un murmullo de la música que, hasta hace unos minutos, se sentía como bombas atómicas retumbando en mi pecho y mis oídos.
Todo a mi alrededor da vueltas, hasta que siento mi cuerpo desplomarse en el piso. Es entonces cuando caigo en la cuenta de lo que me pasa... Me han drogado.
Eso tiene que ser, el alcohol no produce esto que siento, no con la poca cantidad que he bebido, por lo menos.
Mi vista se nubla y las piernas no me sostienen más, de pronto se desata el infierno en el lugar.
Las balas rebotan en el piso y las paredes, mientras la gente sale corriendo alarmada. Unos se tiran al suelo y otros más, lloran en los rincones.
Siento unos brazos rodear mi cintura y por debajo de mis piernas, me suben hacia el hombre que pienso, es uno de mis guardaespaldas, pero descarto esa idea al encontrarme un rostro cubierto por un pasamontaña.
—Su-suéltame —pido, con la poca conciencia que me queda—. Auxilio, Oscar... —susurro, antes de perderme en la oscuridad.
****
Abro los ojos, pero no logro enfocar bien, solo sé que hay mucho movimiento. Lo poco que logro observar, se ve al revés y siento cómo mi cabeza golpea repetidamente en la espalda del hombre que me carga como a un saco de papas.
Vuelvo a cerrar los ojos.
****
—Mercancía asegurada —escucho a alguien hablar por radio.
Poco a poco siento cómo recobro la conciencia y me muevo queriendo averiguar qué es lo que está pasando. ¿Quiénes son estos tipos? y ¿Qué es lo que quieren de mí?
—¿D-dónde estoy? — pregunto aturdida—. ¿Qué quieren de...?
No logro terminar la frase, cuando uno de los hombres me coloca un paño empapado con alguna sustancia en la nariz.
Lucho con la escasa energía que tengo, clavo mis uñas en el brazo del malnacido que se ha atrevido a secuestrarme, pero mi fuerza no es nada comparada con la suya.
De nuevo la oscuridad.
****
Despierto completamente después de lo que han parecido días. Ajusto mis ojos a la luz que hay en la pequeña habitación donde me encuentro y paseo mi vista por el lugar: es un sitio común, no es para nada una cueva como me lo hubiera imaginado, es más bien un cuarto de servicio.
La cama en la que estoy recostada es para una sola persona, pero está limpia y fresca. A un lado, sobre una mesita de noche, yace un vaso con leche y un plato que contiene un sándwich de jalea de fresa y crema de maní.
Mi favorito.
Me digo a mí misma que ni loca comeré nada de lo que me ofrezcan, en ese momento, mi estómago gruñe en protesta y siento la imperiosa necesidad de probar el alimento. Pero no lo hago.
Me pongo de pie y recorro la habitación en busca de una salida, o algún indicio que me diga dónde me encuentro. Voy hacia la puerta frente a mí y, no necesito ser adivina para saber que obviamente está cerrada; aun así, no pierdo la esperanza e intento abrirla.
Cerrada.
Me paseo por el lugar encontrando un pequeño cuarto de baño, una silla, un mueble con ropa de mujer, y una ventana por dónde me asomo y descubro que es de noche aún. No tengo idea de qué hora es, pero la densa oscuridad me dice que falta mucho para el amanecer.
Regreso a la cama y tomo asiento, observo la comida con hambre, pero me niego a probar bocado.
Me quedo despierta el resto de la noche, pues el temor de que alguien pueda entrar y hacerme daño, me mantiene alerta.
La mañana se asoma por la ventana y voy hacia ella para ver lo que anoche no me fue posible en las tinieblas.
En contra de todo pronóstico, lo que veo me deja asombrada. Un hermoso jardín lleno de vida y color me da la bienvenida a un nuevo día. La enorme piscina y el mobiliario de exterior me indican que esta sin duda no es cualquier cabaña en el bosque; al contrario, es una mansión en toda regla.
La larga extensión de tierra que se ve a lo lejos, llena de plantas exóticas de todo tipo y palmeras, es simplemente fascinante. Por más que miro, no encuentro fin a la belleza de escenarios que veo. El día aún no brilla en su esplendor, por eso me es difícil interpretar las imágenes, más allá de lo que los pequeños farolillos me permiten y, conforme va aclarando la mañana, voy descubriendo cada vez más detalles que me hacen girar la cabeza.
Ni en mis mejores sueños imaginé ver algo así, y eso que estoy acostumbrada a los lujos. El sol brilla en el horizonte, haciéndome abrir la boca con el panorama general de lo que mis ojos observan frente a mí.
Es la playa, una enorme, hermosa, cristalina e inmensa playa.
Sigo conmocionada por la vista, cuando escucho la puerta al abrirse; doy media vuelta en mi sitio y lo que veo... A quien veo.
—¿Te gusta lo que ves?, es lindo ¿cierto? —habla la persona frente a mí.
No puedo creer lo que mis ojos me muestran, ¿Cómo es posible que no lo haya visto venir antes?
La decepción se agolpa en mi pecho, al descubrir que todo lo que he vivido con esta persona ha sido una farsa. Tantos momentos en los que pensé que podía confiar ciegamente. No cabe duda de que es muy cierto ese dicho popular que dice: "Caras vemos, corazones no sabemos"
Es increíble la maldad que puede haber en las personas.
—¿Tú?
—¿Te sorprende?, la verdad es que te di muchas señales, pero ¿Qué te digo?, te gusta creer en las personas.
—¿Por qué?, ¿Qué piensas hacer conmigo? —pregunto, tratando de ocultar mi temor.
No importa el miedo que sienta, no le daré la satisfacción de verme débil.
—¿Por qué?... Venganza y, ¿Qué haré contigo? —Toca su barbilla de manera pensativa—. Aún no lo sé, matarte es una opción —declara, y mis ojos se abren de manera involuntaria, pero mantengo la compostura—. Torturarte es otra...

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Mentiras Piadosas
ChickLitCatalina Rivera es una chica que ha nacido en cuna de oro. Hija de un importante funcionario público de la ciudad de México, jamás ha tenido que esforzarse demasiado por lograr lo que se propone. Una influencer acostumbrada a ser adorada por sus fan...