Capítulo 32

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Lucenys despertó sintiéndose sucia nuevamente. Ella se cubrió con la sábana mientras Aemond dormía a su lado.

Quería lavarse, desaparecer cualquier rastro de este maldito de su cuerpo.

Necesitaba a Cregan.

Con cuidado se sentó en la cama mientras miraba hacia la ventana. Lucenys frunció el ceño, en Winterfell, extrañaba las nevadas de las mañanas que se podían ver desde su ventana, con cuidado se levantó de la cama y su dignidad recogió su camisón y se lo puso, luego el vestido sin atar y salió de la habitación.

Las criadas la veían con lástima, pero Lucenys poco le importó esas miradas.

Ella era la dama de Winterfell.

Despeinada llegó a la habitación donde la habían cambiado, hay había una nodriza dando de pecho a Rickon

—Princesa — la nodriza se reverencio ante ella aun con Rickon prendido a su pecho. Su bebé se soltó de la nodriza y empezó a gimotear por ella.

—Que me traigan una bañera y una criada para que me ayuden— dijo Lucenys abrazándose a Rickon — Desayunaré aquí.

La nodriza se reverencio ante ella y se fue dejándola sola, en el silencio de la habitación Lucenys empezó a sollozar mientras dejaba a Rickon en su cuna.

Se sentía sucia con solo pensar lo que Aemond le hizo anoche. Necesitaba lavarse para poder abrazar apropiadamente a su hijo. Libre del pecado del adulterio que acababa de cometer.

Era una mujer casada pero había permitido que un hombre que no fuera su esposo la tomara. Un par de minutos mozos de cuadra entraron a la habitación cargando una bañera de madera y cridas llevando baldes de agua.

A solas con las criadas Lucenys se despejó de su ropa y se metió a la bañera con el cabello recogido, el agua estaba algo fría, lo que inevitablemente la hizo recordar las aguas termales en las profundidades de Winterfell.

Sobre todo los atardeceres en que pasaban ellos dos solos, dándose besos perozos y caricias suaves.

Las cruzadas tallaron su piel con trapos de lana y untaron esencias aromáticas en la piel.

Una de ella abrió un baúl donde había vestidos hermosos y tocados para el cabello junto a velos delicados. Las telas eran demasiado finas, en ese casi año Lucenys se había acostumbrado a las pieles gruesas y los guantes de cuero.

La criadas la vistieron de un vestido de color verde, con un tocado de terciopelo que sujetaba un suave velo. Le perfumaron el cuello y otras dos criadas empezaron a mentar la mesa de desayuno en su cuarto.

—¿Por qué hay mucha comida? — preguntó Lucenys mirando la mesa. La canasta de pan y las mermeladas de bayas azules.

—El príncipe Aemond ha ordenado que llevemos porciones para dos, ha decidido que desayunara junto a usted — contestó la criada.

Dejaron la mesa montada y cuando estuvieron a punto de salir, Aemond entró a su habitación. Instintivamente Lucenys bajó la mirada mientras atraía a Rickon hacia su pecho, rogando a los dioses que no se acercara más a ella.

—Buenos días, preciosa — Aemond se acercó a ella y le besó la frente. Cuando su mano estuvo a punto de acariciar uno de los bonitos y regordetes cachetes de Rickon, su instinto protector la hizo girarse para que no tocará a su bebé.

—No toques a mi bebé. Hazme lo que quieras, pero no toques a mi bebé.

—Oh Lucenys. No sería capaz de lastimar a tu bebé. — le comentó Aemond. Lucenys giró su cabeza con la mirada seria.

Eternal Eternity   [Cregan Stark]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora