Capítulo 23. No me llames Lib, soy Viena.

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En el atraco (Banco de España)

Eran las 8 de la mañana. Poco a poco los rehenes empezaron a despertarse y la rutina del atraco comenzó. Minutos después, Palermo se despertó al escuchar el ruido de su alrededor. Había dormido solamente 3 horas, las mismas horas que Viena. El que fue el atracador al mando estuvo toda la noche intentando que su amiga le prestara atención e intentar hablar con ella, pero no lo consiguió. Ella ni siquiera le dirigió la mirada. Finalmente, en el cambio de guardia de la madrugada, Viena se subió a un despacho para descansar y Palermo decidió intentar dormirse.

Denver y Estocolmo empezaron a repartir el desayuno a los rehenes que consistía en unos sándwiches y una botella de agua. A los pocos minutos Viena volvió a bajar para ayudar a sus compañeros a repartir. Palermo se quedó mirando fijamente a su amiga. Se la notaba cansada. Una sonrisa triste se le escapó a Palermo y empezó a cuestionarse: ¿Viena le dejaría que se explicara? ¿Le perdonaría? ¿Volverían a estar tan unidos como antes?

Rápidamente intentó borrar todas las preguntas de su mente. No era momento de eso. Viena estaba allí y era otra oportunidad más para intentar que ella se acercara a él.

-Che, ¿y yo no tengo desayuno? -Gritó.

Sus tres compañeros le miraron. Denver y Estocolmo miraron a Viena, pero ella les respondió negando con la cabeza. Ella sospechaba las intenciones de Palermo, y no le quería dar ningún momento de protagonismo. Entonces los tres siguieron repartiendo los desayunos.

Minutos después ya habían terminado de repartir e, incluso, algunos rehenes habían acabado de desayunar. Entonces Palermo lo volvió a intentar, sabía que en el algún momento su amiga cedería.

-Tengo hambre. ¿Así van a tratar a un compañero? -Volvió a gritar.

En este caso, Denver y Estocolmo se quedaron mirando a Viena, atentos a su reacción. Pero Viena se quedó mirando fijamente a Palermo. Tras unos segundos de tensión, soltó un leve suspiro, agarró un sándwich y una botella de agua y empezó a caminar hacia Palermo.

Palermo le sonrío, pero no de manera desafiante como solía hacer. Ahora estaba feliz de haber conseguido que su amiga se acercara a él. Viena le dejó la botella y el sándwich en las piernas y se apartó.

-Qué aproveche. -Dijo con cierta sonrisa desafiante.

-Sabés que no puedo hacer nada encadenado. -Contestó Palermo.

-Ya. -Respondió Viena. -Si te hubieras dejado de tus teatritos, ahora podrías comer. Pero como no te puedes quedar quieto, a ver ahora como haces.

-Viena, ayúdame, por favor. -Pidió Palermo.

La atracadora se quedó mirándolo sin contestar.

-Yo siempre te he ayudado cuando lo has necesitado. -Insistió Palermo.

Entonces Viena empezó a dudar. Seguía enfadada y odiándolo por lo que le hizo, pero en eso tenía razón. Él siempre la ayudó cuando lo necesitó, sin cuestionar nada. Tras dudar unos segundos finalmente habló:

-Está bien. Pero compórtate.

Palermo asintió con una sonrisa. En cambio, Viena se fue a la columna donde estaba encadenada la silla de Palermo. Abrió el candado y se llevó a su amigo encadenado a la esquina más lejana del hall para poder estar solos y que él pudiera comer tranquilo. Cuando llegó volvió a encadenarle a otra de las columnas.

- Pensaba que me ibas a soltar. -Dijo Palermo.

-Aún no me fio de ti lo suficiente para eso. -Contestó Viena.

VIENA | LA CASA DE PAPEL |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora