Capítulo 28. Pescador de hombres.

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En el atraco (Banco de España)

-¡Viena! -Gritaba Palermo por la radio.

Pero no recibía respuesta.

-¡Viena, contesta! -Pedía Palermo ya desesperado.

Pero seguía sin escuchar la voz de su amiga, consiguiendo que se pusiera muy nervioso.

-Hay que ir a la enfermería. -Dijo Palermo.

Los demás asintieron para salir de la habitación, pero en ese momento a Palermo se le ocurrió una idea.

-Denver y Río, conmigo. Ahora. -Ordenó.

Los dos compañeros se acercaron y fueron juntos al baño del despacho del Gobernador. Palermo se acercó a la rejilla de los conductos de ventilación y después de forzar un poco consiguió sacarla.

-Estos conductos comunican con los despachos de abajo. -Empezó a explicar Palermo. -Y entre ellos, los de la enfermería. Denver, ¿estás en condiciones de meterte ahí? -Preguntó.

-Por supuesto. -Contestó Denver.

-¿Río? ¿Podés? -Volvió a preguntar.

-Claro. -Contestó Río.

-Reviéntelo a ese hijo de puta. -Dijo Palermo mientras se iba del despacho.

Entonces empezó a correr en dirección a la enfermería. Durante esos momentos, solo deseaba que no fuera Viena la que estuviera en peligro. No podía volverla a perder.

-Bogotá. -Llamó Palermo por la radio mientras seguía corriendo. -Ve a enfermería. Viena está en peligro.

-Recibido. -Contestó Bogotá.


********

Mientras tanto, Viena intentaba zafarse del agarre de Gandía. En un momento, volvió a darle un codazo en las costillas, consiguiendo que Gandía solo dejara de apretar con el brazo. Pero la consecuencia fue peor: de pronto, Gandía sacó una cuerda y empezó a ahorcarla. Viena no paraba de retorcerse, lanzar puñetazos, patadas... pero no conseguía nada. Entonces empezó a escuchar unos pasos que se acercaban. Debían ser sus compañeros, pensó. Todavía quedaba una ligera esperanza de poder sobrevivir. Segundos después, vio cómo se empezaba a mover el manillar de la puerta. Pero, por desgracia, Gandía también lo vio. El escolta empujó a la atracadora contra la puerta haciendo que esta gritara.

-Viena, ¿estás bien? -Dijo Palermo desde el otro lado de la puerta.

Pero Viena no contestó. No podía. No tenía fuerzas para hablar. Gandía volvió a agarrar a Viena con la cuerda que rodeaba su cuello y la alejó de la puerta. Entonces empezó a disparar a la puerta, consiguiendo que los atracadores que estaban al otro lado se alejaran. Tras los disparos, Gandía volvió a empujar a Viena contra la puerta haciendo que sacara la cabeza por el agujero que se había generado por los disparos. Viena soltó un grito desgarrador. Los demás compañeros querían acercarse a ella, pero Gandía se adelantó.

-¡QUIETOS O LA MATO! -Gritó Gandía.

Entonces empezó a pegar puñetazos y patadas en los costados de Viena. La atracadora no podía más, sentía que se iba a morir allí mismo. Mientras tanto, los demás atracadores miraban la cara de sufrimiento de Viena sin saber qué hacer. Estaban paralizados.

Tras unos segundos, Gandía dejó de agredir a Viena y con la cuerda que la atracadora tenía en el cuello, ató las manos, apuntalándola a la puerta. Viena estaba totalmente inmovilizada. En un momento, Helsinki se acercó a Viena y empezó a hacerle gestos con las manos para que le dijera dónde estaba Gandía. Viena le dijo que a su derecha. Entonces Helsinki, disparó consiguiendo dar a Gandía en el chaleco. Segundos después se escuchó un disparo desde el interior del despacho y Viena volvió a gritar de dolor.

VIENA | LA CASA DE PAPEL |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora