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Hoy era viernes, hacía dos días del problema.
Dos días desde que Lucius y yo casi no hablábamos, tal vez porque aún no sabía cómo tomármelo.
Adam no escribió, no envió nada, no tuve noticias de él. Ni mucho menos de mis amigas, Nerezza no escribió, Hallie y Delia menos, y bueno, de Andrómeda ni hablar.
Me pregunto si aún debería considerarlas amigas. Nerezza era la que más me preocupaba, tal vez ella tenía alguna explicación, pero. . . Nada.
Era la mañana, Lucius ya estaba en el trabajo, se había marchado muy temprano.
Meraki jugaba entre mis sábanas mientras me preparaba para comenzar el día.
Aunque en algún momento se detuvo y me observó con sus ojos amarillos, las veces que lo hacía era porque algo deseaba decirme.
—¿Qué sucede, cariño? —me acerqué y el restregó su cabeza en la palma de mi mano.
Saltó de la cama y maulló en mi puerta.
—¿Qué?
—¡Miau!
Draco, pensé al instante.
—Draco —rápidamente caminé a la puerta que estaba en mi cuarto, la que daba a su habitación.
El rubio estaba en su cama, durmiendo, pero se agitaba y revolvía en las sábanas. Me acerqué e intenté despertarlo muy delicadamente, acariciando sus cabellos rubios mientras susurraba su nombre en su oreja.
Era una pesadilla, aunque él no gritaba, sus ojitos lloraban.
Cuándo abrió sus ojos, Meraki se acercó para maullarle en su rostro.
—Ya puedes despertarte, cariño —susurré, con mis dedos enterrados en sus cabellos— fue solo una mala película, ¿sí?
Le sonreí, tratando de transmitirle serenidad.
—Buenos días.
—Hola, Taskia —acarició la cabeza del felino mientras me ocupaba de limpiar sus lágrimas— gracias por despertarme.
—Tranquilo, ¿vamos a desayunar?
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