—Cuídalo —murmuré, acariciando la cabeza de mi pequeño animal.
—Miau.
Meraki me miró unos momentos y luego bajó de mi escritorio para volver con Draco, quien pintaba a Meraki en una hoja pequeña de papel.
Me encaminé fuera de la habitación.
Todavía tenía la sensación extraña en el pecho, cómo si algo estuviera sucediendo.
Encontré a Lucius en la segunda sala, dónde había un sofá y diferentes muebles con decoraciones.
Estaba sentado en el sofá individual, tenía la camisa desarreglada, sus ojos estaban puestos en un punto fijo mientras llevaba un vaso transparente con líquido marrón a sus labios.
Me acerqué en silencio.
Noté que tenía más botones de su camisa abiertos que de costumbre, cómo si los necesitara para respirar mejor.
Me observó en cuanto di un paso a su lado.
—¿Dónde está Draco? —preguntó con voz ronca.
—Está divirtiéndose con Meraki —respondí.
Asintió sin mirarme.
—¿Necesitas algo?
—Ese hombre —dije, llevando mi mano al dije en mi clavícula— era el mago Rosier, ¿verdad?
Fijó sus ojos en mí en cuanto mis labios dejaron salir aquel nombre.
Apretó su mandíbula y dio un trago rápido al licor en su vaso. Desvió la mirada y dejó el vaso en la pequeña mesa frente a nosotros.
El ambiente se sentía frío, casi calculador.
—Evan Rosier —admitió y volvió a mirarme.
—Él es un. . .
—Sasskia —me cortó, pero había alzado su voz más de la cuenta— esto no es de tu incumbencia.
Adopté una postura rígida al instante, aunque esto me tomara por sorpresa.
Asentí y en silencio, dando unos pasos hacia atrás— lo lamento.
Nunca me había hablado de esa manera.
Antes de salir por la puerta oí su suspiro y luego mi nombre— Sasskia.
—Iré a ver a Nerezza —lo corté— con su permiso, llevaré a Draco para que juegue con Blaise.
Al no recibir respuesta, salí completamente de la habitación, tomándome su silencio cómo un sí.
Fui al cuarto y preparé a Draco.
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